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Dime que tensas... y te diré que necesitas expresar…

205 PABLO VELOSO

Vivimos tensos en nuestro mundo moderno, si no es una contractura en el cuello, descubrimos que desgastamos nuestros dientes al dormir por apretar nerviosamente la mandíbula, o bien nos duele la cintura constantemente, o la cabeza. En fin, de una forma u otra las tensiones corporales nos acompañan y atormentan. Nuestra primera reacción ante ellas es: “bueno, ya pasara”, pero normalmente siguen allí como si nada. Solemos también ayudar al proceso de disolución con yoga, masaje, etc., sólo para descubrir con sorpresa que tiempo después regresan con más fuerza. Pero, ¿será que tienen una razón psicológica y que, por lo tanto, podemos desentrañarla y disolver esas incomodas y paralizantes contracturas? Vamos a investigarlo.
Cuando experimentamos cierta emoción, nuestro cuerpo también lo hace, estremeciéndose de placer, vibrando de ira, temblando de miedo, crispándose de ansiedad, etc. Pero, ¿qué sucede cuando experimentamos una emoción que no nos resulta nada conveniente (por ej.: malhumor en el trabajo, nervios en una cita íntima, miedo en una competición deportiva)?, bueno, lo que sucede es lo que se da en llamar “proyección de la sombra psicológica”, que consiste en intentar convencernos de que no estamos sintiendo esa inconveniente emoción, y, para ello la proyectamos (la vemos) en los demás. Pero ¿qué ocurre corporalmente?
Bueno, imagine que siente mucho enfado, y por creerlo inapropiado intenta bloquearlo para que no se evidencie. Hagamos el experimento. Adopte corporalmente la actitud de enfado, ira, furia, como si estuviese por descargarla sobre algo o alguien. Muy bien, esa es la manifestación corporal de la ira. Ahora recuerde que usted desea bloquearla porque no le conviene expresarla en su medio social o porque usted es un gran meditador y el enfado no cabe en su vida. ¿Qué hacer? Bien, comience a usar otros músculos de su cuerpo para bloquear la expresión corporal de la ira, que le resulta tan inconveniente, hasta que ya no se evidencie para un observador externo. ¡Lo ha logrado! ¡La ira ya no se nota! Pero ahora descubre algo aterrador: usted está en medio de una lucha campal con usted mismo. Parte de su cuerpo está luchando por impedir la expresión de otra parte de su cuerpo... ¿resultado?… ¡Claro!, contractura, parálisis, dolor, calambre, insensibilidad, agotamiento físico… pero la emoción ya no se nota, pero, ¿a qué precio?
Para recapitular, el proceso funciona así:
Emoción – expresión sin bloqueo – regreso al estado normal.
Emoción – intento de bloquearla – contractura – estado de tensión permanente.
Bien, ya lo entendimos, ahora ¿cómo disolvemos los bloqueos que ya tenemos?
Hemos probado ya mil veces “hablarnos” y decirnos que debemos relajar ése músculo, pero parece no tener efecto alguno. También, quizá, probamos buscar la causa: “-ah, claro, fue por aquella discusión con mi jefe, pero fue ayer, ahora disuélvete”, pero nada, la contractura sigue allí. ¿Por qué será?
La razón es que hemos olvidado que nosotros mismos somos los que estamos ejerciendo la resistencia a la expresión muscular de dicha emoción. Vale, entendido, ¿y cómo diantres dejo de resistirme a dicha expresión? Bueno, pensar no funciona, hablarnos tampoco, lo que tenemos que hacer es recordar que nosotros mismos lo estamos haciendo, y eso puede lograrse de una sola forma: volviendo a recorrer el camino que hicimos para llegar al estado en que estamos. ¿Está preparado? Pues ¡a ello!

1.    Vamos a buscar un sitio tranquilo, nos sentaremos o tumbaremos y, mentalmente iremos recorriendo nuestro cuerpo, relajando parte por parte de él. Si en alguna encontramos resistencia a la relajación, ésa zona esta tensa (a veces la contractura es por demás evidente, con lo que nos saltaríamos éste paso).
2.    Ahora vamos a reproducir físicamente la emoción que está creando la contractura. ¿Qué cómo se cuál es? Por la zona de que se trata. Uno no siente miedo en los pies, allí se manifiestan sensaciones de “no hacer pie en la vida”, tampoco aprieta los ojos de tristeza, normalmente lo hace para no ver algo que le está haciendo daño. Los “nudos” en el estómago suelen ser angustia, miedo. La mandíbula tensa suele ser por no querer decir algo. Las contracturas en el cuello y hombros pueden provenir de emociones como miedo o ira. Uno puede aplicar el sentido común aquí y deducir la emoción generadora de la tensión.
3.    Ahora que ya conocemos la emoción, vamos a, no solo reproducirla exageradamente, sino a comenzar a bloquearla usando para ello otros músculos, y, además le agregaremos el decir: “no quiero expresar este: (miedo, rabia, angustia, o lo que sea, dicho con gran énfasis)”.
4.    Luego relajaremos todo para sentir cómo esa energía estancada en la zona afectada se disipa y fluye otra vez, dejándonos con una sensación de renovada vitalidad (la tensión consumía nuestra energía vital). Al disiparse la tensión puede que nos vengan unas lágrimas incontenibles, o risa, o rabia, o cualquier emoción que estuviésemos reprimiendo allí. Lo anterior puede resultar intenso, pero no se preocupe, pasa pronto y todo regresa a la normalidad.
5.    Si esto no ocurre, y la tensión sigue allí, repetiremos el proceso durante varias semanas, o meses si así lo requiere (a veces acarreamos tensiones por años, que no se disuelven en un día).
Estas contracturas y tensiones funcionan como “corazas” protectoras con las que funcionamos en la vida. Vamos por el mundo como caballeros con pesadas armaduras que, si bien nos protegen de evidenciar la “debilidad” de sentir cierta emoción, también nos limitan a la hora de movernos. Nadie más que nosotros las ha creado y las sostiene cada día, por lo que la única forma de disolverlas es volver a recorrer el camino que hicimos al crearlas, a fin de descubrir nuestra autoría en ello y poder así, dejar de mantenerlas.
Es como si yo me estuviese pellizcando, cosa dolorosa, y me quejase, y alguien me dijese: “-¿y por qué no dejas de hacerlo y ya?”, y yo le respondiese: “-porque yo no lo estoy haciendo, tan solo me sucede.” Por ello, la única manera de aflojar el pellizco es, paradójicamente, aumentarlo conscientemente, para que, al notar que soy yo el que lo hace, poder des-hacerlo.
Si hacemos lo anterior, descubriremos que hemos recuperado al “hijo pródigo”, a nuestro cuerpo, quien ya no es más como el maltratado caballo del jinete, sino que ahora somos una unidad con él, como el mítico centauro, ahora lo entendemos, lo queremos, lo hemos recuperado.
¡A ponerlo en práctica!

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