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Reconocer lo que soy

Cuenta la enseñanza la historia de un león cachorro que quedando huérfano muy pequeño fue acogido por un rebaño de ovejas. Tan lindo y juguetón era ese cachorro de león que las ovejas decidieron cuidarlo y educarlo como una más de ellas. Le alimentaron con su leche y le enseñaron a comer de las mejores plantas, a encontrar los arbustos más selectos y a balar como una oveja “be, be...”. El cachorro que era bien espabilado tardó bien poco en hacerse su lugar como una más del rebaño, comiendo de las mejores hierbas, pues tenía un olfato privilegiado para encontrarlas y balando como una más: “be, be...”. El tiempo pasó y el león cada vez se hacía más grande pero vivía como una oveja más y aunque lo veían un poco distinto se habían acostumbrado a sus rarezas, a fin de cuentas era como una de ellas comiendo hierba y balando “be, be...”
Un día ocurrió que estando el rebaño en el pasto se acercó un león para intentar cazar a una de ellas. ¡Cuál fue su sorpresa cuando descubrió entre el rebaño un león que comía hierba y balaba como una oveja! Cuando las ovejas se percataron de la presencia del león echaron a correr y el león echó a correr tras ellas, pero sintiendo una profunda compasión por aquel joven león que comía hierba, balaba como las ovejas y huía igual que el resto se dirigió hacia él le dio un revolcón y luego le habló movido por un profundo amor. Le acercó a un lago de aguas tranquilas y allí le mostró, sobre el reflejo del agua, su verdadero rostro. El joven león que siempre se había creído una oveja quedó atónito ante la imagen que vio reflejada en el agua. Al principio no comprendió que se trataba de sí mismo y se asustó, nunca se había visto el rostro y él ¡se creía ser como el resto de sus compañeras ovejas! A medida que el león adulto le iba contando con paciencia acerca de su verdadera naturaleza el joven león fue comprendiendo cada vez más, hasta que al fin el león adulto le acercó un trozo de carne fresca y al olerla y saborearla un rugido salió de lo más profundo de sí comprendiendo definitivamente que ¡nunca fue una oveja y que su verdadera naturaleza siempre fue la de un león!
Esta historia la solía contar con gracia y con mucho cariño Swami Nityananda para resumir de una forma comprensible y agradable al oído la esencia del Vedānta.
La función de un maestro, igual que la del león adulto, es mostrarnos que en realidad no somos todo aquello con lo que nos hemos identificado a lo largo de nuestra vida: el cuerpo, los pensamientos, las emociones, las posesiones, las acciones que llevábamos a cabo, los juicios que nos hacemos... Todo eso es lo que nos creemos. Igual que el león se creía una oveja y actuaba como tal, nosotros nos creemos limitados por el cuerpo y los pensamientos que le asociamos, cuando lo que somos en esencia es Aquello que hace posible todo lo que aparece y desaparece. El maestro (una persona, una situación en la vida, un momento de lucidez...) nos muestra nuestra verdadera naturaleza y está en nosotros el reconocerla, el tomar conciencia de Eso que soy más allá de todos los cambios que sufre mi apariencia, mi mente, mi alrededor...

La meditación y la práctica del yoga son herramientas que nos sirven para calmar la mente, observarla, desapegarnos de la identificación con ella y al igual que el león pudo ver su imagen reflejada en el agua mansa del lago, del mismo modo uno puede reconocer su verdadera esencia cuando en las aguas de la mente reposan mansas. Estas aguas tienen su truco porque al principio cuanto más queremos que se amansen más se agitan, nos enfadamos porque la mente no hace caso y sigue pensando mil cosas una detrás de otra y le decimos: “¡ahora no quiero pensar eso!” Pero ya lo estoy pensando, de modo que una de las formas en que estas aguas puedan ir reposando poco a poco es observar su agitación sin pretender nada, sólo observarla tal como es,  sin juzgar si nos distraemos, simplemente dándonos cuenta de que nos habíamos ido con la agitación. De este modo, dejamos de darle a los pensamientos la capacidad de dominarnos porque somos sus observadores y en esto reconocemos que no somos nuestros pensamientos sino Aquello que los observa.
El Vedānta no-dualista nos recuerda una y otra vez que en este mundo que vivimos todo cambia, todo lo que nace muere y que nos hemos creído ser esto cuando en lo que somos en esencia es Aquello que sostiene esos aparentes cambios, la Conciencia que ve detrás de la visión, la Conciencia que oye detrás del oído, la Conciencia que observa detrás de la mente.
En el día a día hay muchos momentos en los que el hábito me empuja a creer de nuevo que tengo que hacer algo para conseguir llegar a ser: más feliz, más espiritual, estar en paz conmigo misma, etc. Me creo son las limitaciones de una oveja: “tengo que, no debo, todo el mundo hace esto, que pensarán sí, soy: estúpida, una crack, mala o buena persona, generosa, celosa, etc.”. Sin embargo, siempre tengo la posibilidad de generar ese espacio de observación en el que poco a poco me puedo identificar más como observadora de todo aquello que acontece en mí y darme cuenta de que Aquello que observa siempre estuvo ahí como pura Conciencia, fuente de inagotable Amor, de Dicha, de la Libertad de simplemente Ser. Eso es lo que eres, Eso es lo que Soy.

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