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Abrazar el Samsara - Abrazar el Nirvana

229 JUANCHO1

Escuchando o leyendo sobre meditación a uno le llega continuamente el mensaje, casi como un mantra, de que el problema humano está en la cabeza, en la mente, en el yo. Pareciera casi que nuestra cabeza es una malformación orgánica o que el yo es un defecto de fabricación, por lo que, si pudiéramos desenroscarnos la cabeza y tirarla a la basura, todo sería más fácil y no habría obstáculo para la iluminación.
En realidad, echarle la culpa al ego o creer que para Despertar hay que eliminar la mente o la personalidad, no es más que nuestra tendencia a fragmentar y nuestro gusto por el truco del chivo expiatorio. Ver al yo como una tara generalizada o como un error de serie nos coloca ya de inicio en la negación de nosotros mismos, lo cual no es el mejor comienzo. Y de esa creencia, de que para alcanzar la liberación tengo que negarme y dejar de ser yo, surge la creencia de que la iluminación me colocará en un otro-yo muy diferente de este, muy especial y solo al alcance de unos pocos.
Los seres humanos nos aliviaríamos bastante si tomáramos consciencia de que en nosotros todo está bien, desde el origen. Todo está sucediendo de forma perfecta. Todo lo que me ha ocurrido y me está ocurriendo (el surgimiento del yo, la identificación, la personalidad, incluso mi agitación mental) está ocurriendo porque es natural que ocurra. Si fuera imposible, no ocurriría. Pero ocurre, precisamente, porque está en mi potencial humano. Tanto es así, que podemos decir que es necesario. El águila sale del huevo, crece, cambia sus plumas... El ser humano se pone de pie y camina, aprende a hablar, piensa, se identifica con su pensamiento... Esto es habitualmente así. El Samsara no me es ajeno, no es un error del universo, sino algo perfectamente natural.
La cuestión importante es que la evolución natural del ser humano, el despliegue de todo su potencial, no termina ahí. El águila no madura del todo si no aprende a volar. Igualmente el ser humano, después de la infancia, pubertad, adolescencia, juventud... puede culminar avanzando más allá del simple llegar a "ser adulto". Puede dar un paso más en su evolución, para madurar no solo física, emocional o intelectualmente, sino espiritualmente. No solo como individuo sino como ser humano. Los perros ladran, los gatos maúllan. La nieve cae en invierno, en verano se maduran los frutos. De igual manera, todos los seres humanos estamos llamados al Despertar, no en el cielo ni en otra tierra sino en esta vida. Por supuesto, estar llamado no garantiza nada, hay que andar el camino, el que miles de hombres y mujeres, siguiendo una vía de realización espiritual, han recorrido hasta alcanzar esa maduración que en el Zen se llama el Despertar. El Nirvana está en la semilla de nuestro programa evolutivo, es posible, es natural y, por lo tanto, está en el potencial de cada uno de nosotros. El Samsara no me es ajeno, el Nirvana tampoco.
Yo no soy algo que no tendría que ser. Mi naturaleza humana no está equivocada. El Zen no es la solución a ningún problema, pues el Zen no es un truco, ni mucho menos un apaño para un problema que no existe. La maduración no es un estado que se logra con esfuerzo ni un objeto que se atesora con arrogancia, no es tampoco una experiencia emocional placentera ni un pensamiento espiritual perfecto. Se trata solo de ver claro. Por eso la maduración es un proceso natural y continuo, por un lado completamente espontáneo y a la vez necesitado de mi entrega e implicación. Por eso en el camino uno puede buscar ayuda, ser acompañado, encontrar apoyo en el maestro, en el grupo, en la enseñanza, en el legado.
Ser humano no es un obstáculo, es una oportunidad. Estoy evolucionando y puedo dar un paso más. Cuando no veo con claridad niego mi naturaleza más obscura por sentirla demasiado cerca y niego mi naturaleza más luminosa por creerla demasiado lejos. El Zen me invita a abrazar ambas naturalezas, pues ambas son mi existencia humana. El Samsara es precisamente lo que impulsa mi humanidad hacia adelante, el Nirvana es mi humanidad alcanzando su más genuina realización.

Juancho Calvo 

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