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Perdonar es morir y nacer

184 GRACIELA

Vivir un presente continuo sin fantasmas.

La película de este mes es una película holandesa de 1995: Antonia o Memorias de Antonia. Su directora, Marleen Gorris, la describe como un cuento de hadas feminista. Veinte años después, la película es un ejemplo de conciliación. Me encontré con ella causalmente en YouTube, y me conmovió. Es un canto de resiliencia a la naturaleza femenina, y sobretodo, una visión liberadora y de perdón de la relación con el hombre.

Si, es hora de morir. Con esta frase Antonia anticipa una elección. La de su propia muerte. No deja de ser una decisión más, que también transgrede la norma. En eso ha consistido su vida de principio a fin. Es la cabeza de familia de un matriarcado donde hija, nieta y biznieta han seguido su ejemplo transgresor. A diferencia de su madre, ella muere en paz rodeada de su familia, cogida de la mano de su compañero, y mirando a Sara, su bisnieta. En cambio su madre marchó renegando de su marido, muerto 30 años antes, y reprochando a su hija que había regresado a la casa familiar para su entierro. En el último suspiro le dijo que llegaba tarde, como su padre.

Con evidentes guiños al realismo mágico, la película discurre poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando prejuicios, y diferencias entre sexos responden a una forma exacerbada de entender la vida. La iglesia, los ciudadanos, las costumbres, todos, desde el silencio y la impunidad, son vigías para que siga abierta una enorme brecha de discriminación y maltrato.

Sin embargo, algo empieza a cambiar cuando Antonia se queda, junto con su hija, en este anónimo pueblo holandés donde nació y que es también el de sus antepasados.

Las dos mujeres, - Antonia y su hija Daniella- se instalaron en la casa rosa y tenían tan poco que ver con el pueblo, que los vecinos las aceptaron como aceptaban las malas cosechas, las malformaciones, y la evidente aunque improbable omnipresencia de Dios.

En la fortaleza corpulenta de Antonia, en su manera de ser clara y recia, respira una mujer que se sabe con poder para comunicarse sin perder un ápice de compasión. Es una mujer libre y es lo que propicia para sí y para todos los que empiezan a formar parte de su círculo familiar.

¿Qué hay detrás del perdón?

Sus decisiones vitales contagian, transforman y reafirman. Su influencia responde al compromiso de autodeterminación. Ese que nos permite encontrar un lugar y desarrollar la sensación de pertenencia al mismo. Su historia es la versión familiar de un proyecto con visión, donde cada uno puede vivir como quiere, dado que es fiel a su naturaleza, a la comprobación de sus deseos, y a seguir adelante conforme a lo que puede o quiere hacer.

Junto a su hija, nieta y biznieta, se van sumando todos aquellos valientes que son capaces de transgredir lo establecido. Rompen las barreras de separaciones culturales o cognitivas, como quien cultiva la tierra. Es la aceptación plena de los ritmos de la vida que nos mantiene en el presente. Entonces es imposible encontrar culpables. Si no hay culpa, tampoco hay rencor y por lo tanto la repetición de lo que dijimos que jamás seríamos es imposible. De eso se trata realmente, de dejar de representar la historia familiar de la manera que rechazamos un día. Algo que consigue Antonia.

Cada personaje que se une a la historia de esta mujer, se vuelve a inventar a sí mismo, encontrándose en su propio sentido de vida, en el devenir de los días, sin que el paso de las estaciones instaure en las rutinas de nacimientos y muertes, las repeticiones propias de quien vive de espaldas a lo mejor de sí mismo.

Quien no perdona repite y hace de su pasado su presente. Va dictando un guión de agravios y sufrimiento a cada situación o persona que a su vez recita o replica lo ya vivido como si hubiera un apuntador escondido. Sin embargo, casi nadie ve la conexión. Si se viera no existiría el rencor.

Antonia convierte los retos de agravios en una oportunidad para salir de lo que tiene que ser, de la expectativa fallida con su familia de origen, avivando sus valores. No obstante esto no le ahorra las experiencias de dolor, o de las contradicciones. He aquí lo que nutre su resiliencia hasta el día que dice ya basta. Y cuando era basta era basta.

La resiliencia de estar presentes

Los personajes de la película son algo más que una comparsa surrealista. El granjero viudo y con cinco hijos, que no deja de ser un extranjero en el pueblo para los vecinos, se convierte en su leal compañero hasta el día en que decide morirse. Una relación que pudiendo nacer de la necesidad o lo convencional, se hace sólida desde la amistad, despacio, hasta que la pasión, el deseo, y el amor la convierte en un lazo indestructible. Sin casarse con él son el compromiso.

La dueña del bar, comadrona y enterradora. El intelectual que nunca sale de su casa, que se suicida. La mujer que ama vivirse embarazada y que se une al capellán hasta morir en su embarazo número 13. La profesora de la que se enamora su hija Daniella; el novio y luego marido incondicional de su nieta, una superdotada que vive en su mundo; la pareja de repudiados por su retraso metal; los hijos, de unos y otros.

Su casa se convierte en una gran comuna de acogida, donde temas como el sexo, la religión, ser madre soltera, el lesbianismo, la anormalidad por más o menor capacidad mental, y la muerte, son los teloneros de fondo en una historia donde lo que importa es el amor a la vida. La mayor resiliencia para seguir adelante.

Antonia es una fiel exponente de dos cualidades femeninas: la intuición y la empatía. Desarrolladas con tal fuerza que, sin masculinizarse, se sabe respetar y valorar. Y desde ahí la relación con el hombre nace de las diferencias y se nutre de la igualdad.

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