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La noche de los ruidos

La Vida desde la conciencia espiritual

Hay mucho ruido. Ruido del pasado que se repite y repite como un eco permanente, ruido del futuro, con sus promesas y expectativas, sus miedos y angustias, que encogen el alma, ruido de mil voces que gesticulan desde sus almenas, ruido dentro de mi cabeza como si fuera una casa ajetreada en plena mudanza. Mil burócratas clasificando, calificando , aceptando y despreciando, afirmando y negando. Filtros y definiciones, nombres que surcan los espacios y los tiempos. Lo bueno y lo malo separado; y las verdades eternas situadas en el centro, presidiendo los acontecimientos, juzgando y condenando, salvando y redimiendo. 183 PEDRO SANJOSE

Incluso los cuerpos producen ruido en su corporeidad, en su forma concreta y separada, en su pretensión de existencia diferente. Cada cual clama por definiciones y por nombres, buscan una identidad corriendo de un lado a otro, siempre ocupados, siempre mirando al suelo, temerosos y angustiados, encogidos y separados. Los cuerpos y las formas corren, y los grises burócratas se afanan en clasificarlos mientras ocurre. Utilizan dichos como “este se parece a…” “esto ya lo había visto…” “este es un tal y ese un cual”, bueno, malo, regular, claro, oscuro. Las mil y una cualidades se desgranan y generan categorías, y las categorías conceptos, y los conceptos valores, y los valores culturas, y las culturas civilizaciones… hay mucho ruido, demasiado ruido que impide escuchar el murmullo de trasfondo.
Los ruidos proceden de los nombres, y los nombres del lenguaje. Este se desgrana como con vida propia. Algo aparece y recibe un nombre, ese nombre lo encierra en una realidad dentro de mi cabeza, y esta realidad depende de mi relación con ese algo, que ya tiene nombre, y que es bueno o malo según me haya ido con él, pero que queda así encerrado, y constituye una experiencia, que forma un circuito cerrado en la memoria de mi ser. Cuando algo de nuevo aparece, ya no es nuevo pues proyecto sobre lo que aparece aquello que encerré, y le doy valor en función de mi pulsión, que es interés, que es necesidad, que es compulsión o deseo.
Sí, porque mi vida la experimento desde mi aislamiento y supuesta soledad. Me siento solo frente a cosas desconocidas y acontecimientos desconocidos. Necesito “reconocerlos” para ver si sirven para resolver las necesidades que siento y los deseos que ansío. Pues siento que tengo necesidades, necesidades que si no resuelvo no podré sobrevivir. Sitúo mi experiencia encerrada en mi sentido de ser solo, individual y falto de pertenencia. Acepto este ser solo como mi real forma de ser, ya que la experiencia de ser individual y aislado está insertada en mis genes, en el aprendizaje que recibí de mis padres, en mi conciencia acumulada por la cultura a la que pertenezco, una cultura de individualismo y necesidad de pertenencia. Esta conciencia de mi mismo es una conciencia de ser limitado, no terminado, no suficiente, cuya supervivencia, corporal, emocional, relacional, mental y social, no esta asegurada. Por ello soy un continuo buscador de deseos y soluciones a mis necesidades. Yo también tengo que hacer ruido para sentirme con capacidad, con definiciones, con pertenencias. Y hago ruido, y grito nombres, y apuesto sin realmente saber de verdad. Hago ruido.
La necesidad de ruidos es consecuencia de mi interpretación del mundo y de la realidad: es un escenario de competencias separadas en los individuos, en las que todos los que existen son limitados e insuficientes; necesitan competir para solucionar sus necesidades y deseos, buscar aquello que complete su existencia, y les de felicidad. Esto no solo se produce en la competencia por los recursos naturales y materiales, sino también en la competencia por relaciones de dominio de unos seres con otros, en las dinámicas de poder, en la competición sexual y emocional, y también en la capacidad por el conocimiento y por la dirección de otros. Es un escenario de depredación, si por depredación entiendo la apropiación de recursos y situaciones para mi propio beneficio o el beneficio de los que considero míos. Al hacer preeminente mis necesidades y deseos, y los de mi pareja, mi progenie, mi grupo, o mi organización, estoy creando una frontera, un limite y un perfil que me identifique e identifique a los míos. Por mucho que este perfil tenga relaciones complejas de interacción, es en si mismo una área de intereses, y por tanto ha de tener nombre y definición. He de identificarme con ello. Me paso la vida en este esfuerzo de definición y de identificación, a lo que llamo significado de mi vida. Estas definiciones que considero terminadas, estas identificaciones e interpretaciones, estos valores de grupo y esta cultura interna es el ruido ensordecedor que me impide ver mas allá, y me impide percibir a los demás, a otras realidades, pues el ruido me sumerge en la noche cerril de la incomprensión, aunque crea comprender.
Cada definición e identificación lucha por hacerse principal, por dominar sobre otras. Mis derechos son superiores a los de otros, me digo y me convenzo. Necesito creer eso para anteponer mis deseos y necesidades a los que otros ostentan. Por ello grito mas fuerte, y afirmo que lo que yo veo es la verdad, y lo de los otros no es la verdad realmente si no se asemeja a la que yo defiendo. Los considero infieles, adversarios, enemigos. Puede ser que negocie con ellos y a eso lo llamo tolerancia. O puede ser que no, y les doblegue y les haga vasallos, y a eso lo llamo apostolado. Y por eso mi verdad, mi ruido ha de hacerse consistente, ha de tener seguridad, ha de tener permanencia, y por tanto tiende a dejar poco espacio para otras verdades. Y así se convierte en dogma. Y la interpretación dogmática, general o particular, de grupo o de territorio es el ruido principal.


Empecé experimentando la realidad. Filtre esa experiencia en función de mis deseos y necesidades. La module con nuevas experiencias, enriqueciendo mi aprendizaje. ¿Cuándo perdí el norte de mi enriquecimiento? Fue como consecuencia de mi estado de conciencia, que me separa de la realidad, y me incluye en una cultura de dicotomía, de sujeto y objeto, limitado y por tanto insuficiente. A partir de aquí surgió todo este proceso creador de ruidos, que me aturde y que me aleja de una verdadera experiencia de lo real.
El ruido primigenio, el ruido primero, es mi encerramiento en mi corporeidad, en mi estructura física y fisiológica, en mis necesidades corporales, en mis pulsiones continuas, cotidianas, por el alimento, por el cobijo, por la reproducción, por la satisfacción básica de mis instintos. Este murmullo continuo, de mis células y circuitos materiales, que se expresan en el dolor y en placer, en el hambre y en la saciedad, en la alarma y el adormecimiento, es la raíz de mi experiencia. Es una estructura cibernética que intenta convencerme que es lo único que hay, y que su mantenimiento y seguridad es mi única preocupación. Y paso gran parte de mi vida luchando por su mantenimiento y su seguridad, su permanencia y estabilidad. Y me imagino un cuerpo hermoso y perfecto, continuamente joven e inmortal, y yo soy ese cuerpo, y en torno a este mito construyo mis planes de satisfacción. Y defiendo mis deseos y necesidades de esta forma básica. Y vivo de espaldas a la decadencia, de espaldas a la enfermedad, a la vejez y la muerte, pues esto supone la negación de mi reino corpóreo, y me retuerzo patéticamente en la angustia, cuando veo mi cuerpo decaer, pues no entiendo como esto puede ser, ya que la perfecta maquina fisiológica que soy ha de mantenerse.
Luego me consuelo en la reproducción. Triste consuelo, pero fuente de mi clan y de mi pertenencia al grupo, a la familia. Mis hijos seguirán esta cadena, y son también míos, y siguen mi lucha, siendo fieles a mi. Por ello son mi pertenencia y mi destino, y así prevaleceré. Este canto ensordecedor del grupo sintiéndose dueño y propio es un ruido poderoso, que encierra e interpreta la realidad, que incluso crea un espacio familiar, ya sea el hogar, la vecindad o la ciudad, que permite situar mejor las referencias, y también situar los limites y las seguridades.
Desde la definición de la corporeidad salto a la definición de los deseos y necesidades que satisfagan mi corporeidad. Surge el poderoso ruido de la propiedad, propiedad del alimento y los recursos, de la riqueza y el trabajo, como la ocupación o profesión que me identifica y que es el vehículo para la consecución de los recursos. Y esta ocupación, como cazador, agricultor, artesano o profesional me centra como sujeto frente a los objetos fruto del deseo. Y este objeto que es todo lo demás no solo son las cosas sino también los seres vivientes. Y frente a ellos soy un dios menor, y surge la pulsión por el poder y el dominio, que se convierte en fin por si mismo. Me reafirmo en función de dominar y subyugar a otros. Mi pulsión por la seguridad, la permanencia y aun la aparente inmortalidad se reafirma en función del domino y el poder que ejerzo. Y me doy cuenta de que la competición por mi satisfacción es la competición por el poder.
Toda esta pulsión, esta lucha que a veces es cruel y bárbara, necesita ser justificada, y se justifica con mi esquema de valores, que de nuevo se convierte en el ruido central. Los valores son la jerarquía, la autoridad, la justicia, la fidelidad. También acepto la generosidad, el bien común y la compasión hacia otros como forma legitimadora de mi mundo. Pues también necesito ser aceptado. El deseo de aceptación es también un importante ruido. Los valores de los que rodeo mi vida se convierte en mi esquema de creencias, de interpretación del universo y de los seres. Y esto lo aprendo y lo asimilo como el catecismo de mis padres y el de mis hijos: esas verdades inmutables que no cambian y que rigen todo lo que existe. Igual como un astro no puede salirse de su orbita, la vida humana es regida por esta interpretación, que solo es vigente si es verdadera, obedecida y aceptada sin discusión, y esto me lleva a inventarme un Dios a mi medida, un Dios antropológico, que es el punto final de estas creencias, y estas lo son porque me han sido reveladas, y han sido marcadas como la ley eterna, y con ello he creado con mi familia, mi grupo y mi cultura una religión, mítica o antropocéntrica, pero que me da seguridad y, algo mas importante, la convicción de que no desapareceré. Cuando este mi cuerpo corrupto, que una vez convertí en centro de mi significado decaiga, mi fidelidad a mis valores y creencias permitirá mi supervivencia, como espíritu puro, como alma inmortal que formará parte del dominio y el poder absoluto, que es y será siempre poder divino y dominio divino ultraterreno.
Y este se convierte en el ruido mas grande, el atronador estruendo de la verdad eterna y la justificación de todas las cosas a través de la religión. He recorrido un largo viaje y no necesito escuchar la realidad, ya que mis ruidos me satisfacen y el ciclo civilatorio de mi vida tiene respuestas claras y seguras: mi identidad, mi pertenencia al grupo, mi esquema de valores, mis creencias, mi religión. Organizo mi sociedad como un campo donde prevalezco desde mi individualidad, negociando y aliándome, dominando y destruyendo según el caso, pero construyo un mundo aceptable y un paraíso ultraterreno comprensible. Necesito certeza y por tanto creo certezas, necesito el ruido, y hago ruido junto a los que también lo hacen, aunque el mío es el que importa. Y así entro en la noche del ruido, donde no quiero mirar lo que hay mas allá de mi habitación oscura…

 

 

 

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