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El sonido de la libertad

250 CHEMANací en el año 1960, cuando en este país aún no estaba de moda la democracia y la libertad era una palabra por conquistar. Afortunadamente murió el dictador y con él pareció que se abría alguna puerta. Falso, hubo que empujarla, obligarla a caer a costa de mucho sufrimiento, de manifestaciones, detenciones, torturas, muertos… pero de alguna forma aquello cuajó y poco a poco se fueron abriendo las puertas de la democracia.

Recuerdo hoy a mi padre, sentado a mi lado, comiendo en silencio y sin decir palabra. Yo creía que estaba disgustado conmigo – tenía 16 años y no era un chico fácil – así que le pregunté, ¿qué te pasa? Nada, que he votado. Ahí mismo rompió a llorar. Él siempre fue una persona que amaba la libertad, había vivido en su niñez madrileña la aventura de enfrentarse ya de pequeño al golpe de estado que dieron los fascistas (en ese momento estaban de moda por Europa). Así que tuvo que vivir casi toda su vida sin poder decir lo que pensaba, callado, llevando como podía el vivir bajo una opresión constante.

Así que siempre su libertad la desarrolló en el viajar sólo por trabajo, o con toda la familia –con abuela incluida– por toda la piel de toro. Es como si el marcharse, el recorrer kilómetros y kilómetros le completasen como persona, sacar lo que nunca le dejaron decir, dando la vuelta al mapa de España varias veces al año.

LA MUSICA COMO PROTESTA

En los años 60 los campus de las universidades reunían a cantautores como Serrat, Raimon, Labordeta o Paco Ibáñez que, con su música de protesta, estiraban la cuerda que ayudaría a derribar la torre del régimen franquista.

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Muerto ya el dictador y cuando recorríamos una transición que dejó muchos muertos y torturados como colofón del régimen que no quería dejar el poder, llegaron los años 80.

Así apareció el movimiento que todos conocemos como “la movida”, esa puerta cultural y sobre todo musical de libertad, que mucha gente, sobre todo los jóvenes, estábamos deseando cruzar. Escuché hace unos días al escritor del libro “La movida que no vivimos”, Enrique Llamas, responder a la pregunta sobre si se podría repetir la movida. Contestaba que “para que se pudiera volver a dar un movimiento tan liberador como ese, tendría que volver a haber otra dictadura de 40 años”. Cosa que evidentemente, nadie desea.

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Por ello, después de mis aventuras políticas, la música fue el barco con el surqué los mares de la vida. Estuve tocando con distintos grupos de pop, hice radio-teatro en distintas radios libres y periodismo musical en revistas como Ajoblanco o El Europeo. Así, hasta que dejé la empresa que me daba de comer y me puse a viajar como un loco, y así descubrí el tipo de instrumentos que más me gustan: Los instrumentos místicos.

Cuento estas notas de mi vida no porque me parezcan demasiado interesantes, sino por mostrar esa simbiosis que puede haber entre música y libertad. De crear ese espacio interior donde quepa la alegría de tocar, de crear, de sentirse único en ese momento porque está pasando algo de lo que no somos ni siquiera dueños. Sucede. Punto.

¿CUÁNDO TOCAMOS?

Al tocar en círculos de tambores africanos, la unión en el ritmo hace que el yo desaparezca. Se dice que entras en trance, pero en realidad estás en un momento de libertad absoluto. Ni siquiera tú (el ego) es capaz de adueñarse de la situación. Entramos en esa comunión de ser parte de un todo, de notar que cada golpe suma en esa armonía grupal y sentir esa fusión que permite que los límites del yo se fusionen con el/la otr@.

La mayoría de nosotros pensamos que no servimos para la música, que para eso hay que nacer. Por supuesto que para tener el talento de Mozart hay que ser especial, pero para canturrear canciones y tocar tambores o maracas, sólo basta con tener la libertad de juntarse, cantar y tocar con amig@s o en Jam sessions organizadas. También puedes ir a la naturaleza a soltar tu flauta nativa y recibir la respuesta en el eco de los árboles, como un canto a la libertad del corazón humano al del bosque.

Seguiremos buscando así la estela de la libertad a través de la música con su danza, su jazz (la música más libre que conozco), sus conciertos en vivo, tu tambor en el grupo y hasta que salga el sol.

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Chema Pascual

COLABORADORES Revista Verdemente