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¿Música? Un juego de niños

252 CHEMAPodríamos decir que la música está antes en la naturaleza que en los escenarios. Podríamos decir también que la escala musical es un tipo de escalera que nos puede llevar a un lugar u otro de nuestro animus. Me atrevo a decir también que la música es un juguete que nos espera en algún lugar del tiempo. Y si es así, ¿por qué esperar? ¿Por qué no subir esa escalera que nos eleve a la matemática del sonido con su ritmo, sus variaciones, sus escalas, sus 3x4 y sus 6x8, sus aprestos y sus moderato? ¿Cuál es el problema, el impedimento?

Perdonar el apremio, pero estoy tan convencido de que la música es un juego, que deberíamos facilitar a un niño ya desde que nace cosas que suenen: cortinas musicales, pequeños tamborcitos, campanillas, silbatos, kalimbas y qué buena idea ese primer sonajero. Instrumentos sencillos que juegan con el sonido y, sobre todo, con el niño, ese niño que aún nos acompaña y que tiene hambre de sonidos y melodías.

Es posible que alguno de vosotr@s esté pensando en que al niño hay que animarle a dar clases de violín, piano o cualquier materia de conservatorio. Falso. Podemos crear un inútil en vez de un músico. La melodía es el que busca al niño-músico, no al revés. El ritmo de la vida también es un ritmo musical. Conozco muchos casos de personas que inscribieron a sus hijos de pequeños en conservatorios y que han tenido que desaprenderse de todo lo aprendido para que volvieran a coger la música desde otro lugar. No desde el arte, sino desde la vida.

Yo aprendí a cantar en las excursiones del colegio. Que si el carrascá, que si vamos a contar mentiras y que si tralarín y que si tralarán. Aprendí a tocar el tambor cuando vendía en ferias cuencos tibetanos y a mi lado había compañeros africanos que traían contenedores de tambores. Tocábamos hasta que las manos nos sangraban, los clientes nos apremiaban para que les atendiéramos o hasta que el sol se ponía y los vecinos imploraban un descanso.

Tocar en grupo ritmos repetitivos, aquellos que cuando los agarras no hay ya manera de soltarlos – de echo duermes con ellos – se convierte en una adicción, pues el ritmo en grupo nos ata, no solo al equipo de los que tocan, sino a la misma tierra, de forma que el espíritu vuela literalmente en compañía de los otros, hasta llegar a un trance comunal donde desaparece el ego, la personalidad, las fatigitas y los dolores de esta vida. Y esto no es música, es ya un juego, una comunión, un desaparecer como persona para ser ya latido, un juego donde pierde el individuo y gana el músico (o su musa).

EL JUEGO DE UN NIÑO

Por ello la música tiene ese PLAY en inglés: es tocar y es jugar. ¿Do you play music? Todos hemos visto a un niño concentrado totalmente en su juego. Ya puede sonar una bomba que el niño erre que erre con su avión, su cochecito o con el palo que rítmicamente golpea contra la mesa. En realidad, un músico cuando ya es mayorcito hace lo mismo, se mete en su instrumento y de ahí no le saca nadie (es la casa del señor). Así es ya la música lo que se adueña de su ánima y, al igual que al niño, se rompe la realidad, se rompe la per-so-na-li-dad y, tan sólo cuando escucha los aplausos, se cae del cielo y pregunta. ¿Qué tal ha estado?

Poner un concierto, no sé…de Janis Joplin por ejemplo. ¿Es ella la que canta? ¿Hay una persona dirigiendo el cotarro? Observa cuando finaliza la canción, parece como perdida, no sabe bien dónde está, etc. Para terminar con Janis y su ejemplo, ella decía sin rubor ni prepotencia “cuando empecé a cantar ya sabía, no tuve que aprender ni ensayar. Mi voz, la afinación y el ritmo no lo tuve que buscar, ¡estaba ahí!”.

Pulsa para Ver el Documental de Janis Joplin

Evidentemente no todo el mundo trae tanto talento de serie, pero salvando las distancias, cada uno trae bajo el brazo sus habilidades y, exceptuando algunos, que es verdad, no tienen oído ni ritmo debido a un trastorno llamado amusia, el resto estamos aptos para hacer nuestros pinitos musicales.

LA JAM SESION

Una vez al mes hacemos en la sala de Ritual Sound una jam sesión donde se llega, se toca y se improvisa. Estamos contentos porque cada vez viene más gente con unos cuantos años en los bolsillos – años en los que ya no vas por ahí para aprender, sino para disfrutar – y acabamos desternillados. La música se hace dueña de la situación y todos estamos a su servicio. Los ritmos encajan y parecemos jinetes galopando sobre caballos alados, que ya saben por dónde tienen que ir y, sobre todo, a dónde nos puede llevar, ¿a la niñez?

Chema Pascual

COLABORADORES Revista Verdemente