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Acepto mi vida. Inclusive cuando duele

 

192 DANIEL

Al plantearnos una relación de amor, disponemos de siete herramientas de aprendizaje, y ya hemos visto cinco. Estas dos últimas que analizaremos aquí tienen que ver con la capacidad de amar a los demás, no en el sentido de hacer caso a mis emociones y sentimientos, sino en el de buscar lo mejor para nosotros/as y lo mejor para la otra persona.
Si yo siento muchas cosas pero te maltrato, no te estoy amando. Si no quiero que tú te marches, cuando eso podría ser lo mejor para ti, no te estoy amando. El amor es buscar el bien de quien amo. Amar no es dejarme llevar por mis sentimientos: eso es sentimentalismo y genera dolor. Un ejemplo claro son los hijos e hijas, como queremos su bien les damos alas y les dejamos ir, a pesar que querríamos tenerlos siempre en nuestro nido.
HERRAMIENTA Nº 6: Renunciar a sufrir
En cualquier relación de amor, yo debo ser capaz de agradecer las dificultades, porque las habrá sin excepción, sean de pareja, familiar, de trabajo, social. Veamos.
Uno muy felizmente sube al altar y dice: “Sí, quiero”. Semanas después hay dificultades, días u horas después las hay. Las dificultades son inherentes a las relaciones.
Hace poco tiempo, dando una charla de formación para docentes, me decían: “queremos saber de qué manera podemos suprimir los conflictos”. Les miré y les respondí: “Muriéndoos. En cuanto lo hagáis ya no tendréis conflictos”.
Lo importante no es no tener conflictos (tampoco es realista pedirlo), sino agradecer las dificultades –y esta es una herramienta del amor- para entender, me ayudan a crecer, a aprender, a amar con mucha más libertad.
Puede ser que yo no soporte que tú te pintes las uñas, que dejes la tapa del váter abierta, que te olvides de retirar el pelo que te cayó en el lavamanos… Puede ser, de acuerdo, es posible. Pero ese es mi problema. No me casé contigo porque cerrabas la tapa del váter, o porque no dejabas pelos en el baño. Tendré que recordar por qué me casé contigo, y descubrir que estas cosas son problemas menores que pueden ser gestionados desde las necesidades. Pero si tú no puedes evitar quedarte calva de tanto que se te cae el cabello, yo deberé escoger si quiero sostener tu propio bien al margen de que te quedes calva, o no. Si la respuesta es no, en verdad no quería tu bien, en realidad me había enamorado de tu pelo y no de ti.
Agradecer las dificultades: ¿qué es eso?
Es más profundo de lo que parece. Estoy haciéndome una promesa a mí mismo, por la cual voy a renunciar a sufrir; cada mañana, al levantarme, me miraré al espejo y me diré: “hoy vas a ser feliz”. Ocurra lo que ocurra, (porque hay días que son muy difíciles), me da igual.
Por lo tanto, en las relaciones con los demás, renunciamos a sufrir; buscamos entender cómo lo que nos está pasando nos puede ayudar a ambos. Valoraré las dificultades porque me están ayudando a quererte más, a sostener el deseo, a buscar mi bien y tu bien al margen de que no sea fácil.
Lo curioso es que cuando soy capaz de sostener eso, en mi vida el amor se mantiene y la consecuencia es una paz y una felicidad profundas, más allá de que a veces ocurran cosas que yo no quiero. Ante eso le digo a la Vida: “hágase Tu voluntad y no la mía”. Le digo sí a la vida y acepto lo que me está ocurriendo.
Dolor y sufrimiento.
En algún momento de nuestra vida nos dolerá algo. Siempre. Ya sea provocado por una pérdida de salud, de una relación, de un trabajo, de un ser querido, el dolor es objetivo  e inevitable.
Pero el sufrimiento, en cambio, es psicológico, es optativo. Si yo no acepto la vida, sufriré. El problema siempre se reduce a lo mismo: ¿soy capaz de decir sí a la vida?
Sólo cuando acepto no tener la razón, o cuando acepto comprender al otro en lugar de que el otro me comprenda a mí, en ese momento yo tengo el poder, tengo la capacidad de decir sí a la vida, y cuando hago esto renuncio a sufrir. Si he decidido no hacerme sufrir a mí, nada va hacerme sufrir.
Existe una teoría estúpida de que los demás me ponen de los nervios: ¡No!, soy yo que me pongo de los nervios a  mí mismo/a cuando los demás no llegan a cubrir mis expectativas. Por lo tanto, una cosa es el dolor inevitable y otra el sufrimiento, que es opcional. Y optas por el sufrimiento cuando dices “el mundo debe ser como yo quiero”, porque decides ocupar el papel de Dios (y casi mejor que seas un poco más humilde, ¿no crees?).

Veamos si esta herramienta funciona
Tenemos, como siempre, dos maneras para comprobarlo. La forma más sencilla es la negativa: vamos a decidir lo que va a ocurrir mañana. Vamos a decidir cómo nos va a tratar la gente, la temperatura que hará, que cuando pise la calzada el semáforo se va a poner en verde; vamos a decidir que todo el mundo se va a inclinar delante de mí y me va a aplaudir… ¡Pero como todo eso no va a ocurrir, vamos a sufrir! Entonces veremos que lo único que debemos hacer es agradecer cuando las cosas no salen como queremos. Agradecer que todo eso me obliga a ser flexible, y cuando soy flexible soy feliz.
La forma positiva de comprobar la herramienta es cuando cada mañana decido ser como un junco, ser flexible ocurra lo que ocurra. Decirle sí a la vida y ser feliz pase lo que pase. Y nunca, pero nunca, castigarme con el sufrimiento. Parece una promesa rara, pero es una de las promesas fundamentales que uno debería hacerse.
HERRAMIENTA Nº 7: Renunciar a huir de la vida que tengo
Las herramientas deben aplicarse primero en mí y luego en los demás: yo tengo que aceptar que soy calvo y peludo, ¡incluso cuando la publicidad aclama que los hombres guapos son los imberbes! Yo tengo el cuerpo, la inteligencia, la orientación sexual que tengo. Tengo la capacidad intelectual y la energía que tengo. ¡Tengo la capacidad creativa que tengo! ¡Lo siento! Yo no soy Einstein, ni Bach, ni Picasso… Y es una suerte, porque cuando me muera la vida no me va a preguntar: “¿qué tal se te dio hacer de Picasso? Me va a preguntar: “¿que tal se te dio hacer de Daniel Gabarró?” Y yo tendré que decir que “al principio el traje me iba grande, pero luego lo llené”.
Tengo que renunciar a huir de la vida que me ha tocado, siendo la persona que soy. He nacido en un país determinado, con una lengua, una cultura, unas capacidades determinadas, y son estas las que debo poner al servicio del mundo. Sin quejarme. Hay una teóloga que afirma que Dios lo puede todo, menos una cosa: acabar la creación. Porque yo debo acabar la creación, y si yo no lleno mi traje, si no aporto lo único que puedo aportar al mundo -porque no hay otro Daniel Gabarró-, el mundo quedará incompleto. Y Dios llorará en un rincón.
Primero a mí, luego a los demás
Una herramienta para que yo sea feliz es conocer quién soy y expresarme. Porque soy el único que puede conocerme y el único que puedo expresarme siendo quien soy. Por lo tanto debo renunciar a huir de quien me ha tocado ser, amar la persona que soy, el lugar donde estoy, el trabajo que hago, la familia que me ha tocado, porque solo así podré ser feliz. Pero, ¿y hacia los demás?
Mucha gente me dice: “yo amo mucho a mi madre y a mi padre, lo que pasa es que me gustaría que fueran un poquito más atentos, más listos, más flexibles, más…”. Y yo les digo: “entonces tú no amas a tus padres, ¡amas a quien no existe! Por que tu padre NO es flexible, tu padre no es atento, tu padre no es… Tú amas a una fantasía”. Y lo mismo con los hijos. Esta es la niña que te ha tocado, acepta que es una niña cursi, que le encanta vestirse de princesa… Ya está, acéptala. Ama a este niño que pierde las cosas, que no hace los deberes, que parece no tener interés… Ámalo, es decir, busca su bien.
Muchas veces los padres y madres huimos de nuestros hijos, porque amamos a otro, no al que tenemos. Y muchas veces huimos de nuestras parejas, porque no amamos a la persona que tenemos delante, sino que le exigimos lo que no hace. Querer cambiar al otro, sea pareja, hijo o padre, en realidad es querer huir de la relación que nos ha tocado vivir. Es hacerles daño, es violentarlas.
Lo fundamental es darse cuenta de que tenemos que amarnos tal como somos y amar a los demás tal como son. Apliquemos esta herramienta siempre, no solo cuando creamos que los demás son dignos de amor. No puedo llevarle la contraria a la vida: si la vida ha apostado para que yo nazca ahora, ¡es que ella cree que soy lo bastante bueno! Así que basta de exigir lo que la vida no me exige.
¿Quieres saber si esto funciona?
¿Pero cómo comprobar que soy feliz cuando decido abrazar el lugar donde estoy, las cosas que tengo y hago? Hazlo al revés: decide que no eres lo bastante bueno. Decide que tu hija no es lo bastante fuerte o lista. Decide que tu pareja no es lo suficientemente sexy (¡siempre hay otra/o mucho más sexy!). Verás cómo te fastidias la vida.
Por el contrario, decide que es con esta persona con la que vas a disfrutar de su creatividad, su inteligencia, su amor, su energía. Y decide darle lo que necesite. Verás que dará igual cómo esa persona sea: tú serás feliz. Un buen ejemplo de cómo esto se produce, lo tenemos con los pisos y con la ropa. Creo que la mayoría de nuestros lectores tiene una casa que le gusta; pero si no, es casi seguro que tendrá una ropa que le gusta. Y lo que es muy seguro es que una de las dos cosas le gustarán: o su ropa o su casa. Y mi pregunta es: ¿es la tuya la mejor casa que existe en el mundo? La respuesta es No. ¿Es esa ropa la mejor que puede existir en el mundo? Otra vez la respuesta es no. Pero cuando decido aceptar que lo que tengo me gusta, ya tengo bastante para ser feliz. Esa es la prueba, ese es el secreto. Así podemos amar.

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