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Crónica de un Retiro Espiritual de Silencio

204 PABLO VELOSO

 

En toda religión que se precie, existe el aspecto esotérico, interior, o, simplemente místico.
Teniendo yo costumbre de ir de retiro a esta clase de sitios, me encamino hacia el Monasterio de San José de las Batuecas, carmelita, enclavado en el Valle de las Batuecas (un parque natural), en Castilla-León, entre Cáceres y Salamanca.
Desde Oviedo, viajo en autobús hasta Salamanca, donde tomaré un autocar hasta La Alberca, desde donde, a su vez, me desplazaré en taxi (el único que posee La Alberca), hasta el Monasterio.
Al llegar, me recibe el mismísimo Padre Ramón, de quién sabría yo luego, que es el único fraile en el monasterio, por falta de vocaciones (claro, ¡nos falta educación en el silencio interior!). Me muestra la que será mi celda (habitación personal) por unos nueve días que durará mi retiro, una habitación sencilla, con baño, ducha, agua caliente y calefacción, y unos discretos escritorio, armario y cama.
El padre Ramón me cuenta que comeré en determinado horario, de forma de no encontrarme con otros huéspedes, a fin de mantener el silencio. Me habla de los horarios de la oración, 7 de la mañana y 19 h , se reza en la capilla, unos quince minutos de recitación de salmos e himnos, conocido como Liturgia de las Horas, seguida de una hora de meditación silenciosa, sentados en zafus (cojines de meditación zen), cómodamente ubicados sobre unas mantas cuadradas (zafutón) de manera de adoptar la posición clásica del zazén japonés (la meditación del budismo zen), luego de lo cual, y sólo por la mañana, vendría la misa diaria.
Me sugiere que me ordene el día, de forma de poder aprovecharlo caminando por los alrededores (el majestuoso valle de Las Batuecas), llenos de sendas para los que disfrutan del caminar por la montaña. Me dice que hay ermitas en ruinas (hoy, una sola se mantiene en pié, y está disponible para uso de los huéspedes), vestigios de un pasado no tan lejano, en el que había unos 30 frailes viviendo en el monasterio, y varios de ellos, en ermitas pequeñas, salpicadas por las montañas. Aprovecho, antes de que se vaya a sus quehaceres (luego me daría cuenta de que, salvo en los oficios, desaparece cual fantasma), a pedirle que me explique el modo de contemplación de San Juan de la Cruz. Me dice que ya hablaremos, y que me pasará un escrito que él mismo había redactado para cierto encuentro que se había dado allí.
Comienzo a explorar la nueva vida que llevaré por nueve días. Silencio total, casi no se encuentra uno con los compañeros de retiro, y, si lo hace, tan solo decimos un: “buenos días”, y ya.
Me sorprendo sobremanera al asistir al oficio de quince minutos, ya que la recitación de salmos (liturgia de las horas), es monótona, casi robótica, como masticando las palabras, rumiándolas, y claro, luego entendería que es el “abono” para lo que viene, la hora de silencio e inmovilidad.
El padre Ramón viene a mi celda al día siguiente, a conversar un poco. Me trae el susodicho escrito (que yo devoraría luego con fruición), y comienza a contarme, a pedido mío, acerca del “método” de San Juan de la Cruz. Lo primero que me dice, es que no hay tal método, que es, mas bien, un vivir la vida diaria de tal manera que todo conduzca el estado adecuado, de silencio interior, que luego permite, al sentarse en contemplación (meditación), que la mente se serene. Me explica que San Juan de la Cruz habla para los que ya están maduros para encarar la contemplación, y eso implica varios requisitos, entre ellos, que ya no se encuentre agrado en repetir oraciones (mantras) o visualizar cosa alguna, que también se sienta un desapego natural por los estímulos diarios, es decir, placer en el recogerse. Que con todos estos signos, uno puede saber que ya está en condiciones para contemplar.

La manera de practicar la contemplación es lo que San Juan de la Cruz denomina: “Advertencia Amorosa”, una especie de Shikantaza japonés, o de actitud de testigo (Sakshi) hindú, es decir, un estar presente, sin imaginar nada, sin hablar con uno mismo ni con Dios, sin reflexionar, sin buscar, esto es, una actitud activamente pasiva, en la cual, uno tiene la sensación de que está manteniéndose en un no hacer nada. Esta actitud es activa de nuestra parte, pero puede que, en algún momento pase a ser pasiva, es decir, que uno desaparezca en Dios, el Ser, el Silencio, y quizá pase una hora y uno ni se entere. El padre Ramón me diría: “es el samadhi hindú”.

La práctica contemplativa aporta beneficios fisiológicos innegables, relajando al cuerpo y a la mente, pero, lo más importante, su esencia es que nos acerca al Misterio, al Silencio, al Ser, a Dios; hace entrar a nuestra vida el perfume de lo Insondable, lo cual es la joya más preciada con que podamos dar en la vida.
Nueve días de silencio, contemplación, comida exquisita, caminatas por las montañas, grabación de videos y audios (incluída una entrevista de inestimable valor, al propio padre Ramón) con las crónicas de mi vida diaria y de mis reflexiones (hoy disponibles en youtube) y más silencio.
La reacción de los que vieron la entrevista al padre Ramón fué unívoca: “nos la pasamos buscando esto mismo en Oriente, y lo tenemos aquí...”. Está aquí, y ésa es la cuestión, nuestra raíz es, aceptémoslo o no, cristiana, entendemos ese lenguaje. El budista practica vipassana o zen, el hindú, yoga y vedanta, el musulmán, sufismo, y el cristiano... bueno, tiene una vasta y antigua tradición contemplativa (meditación), nacida con los primeros “padres de la Iglesia”, orientales, y luego, esa misma tradición impregnó a las órdenes monásticas cristianas, como los benedictinos, cartujos, carmelitas, etc. Toda esta tradición dió como fruto a grandes contemplativos como Meister Eckhart, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Avila, entre otros, quienes escribieron profusamente sobre el tema.
Mi intención es mostrarte que, más allá de los pregones dogmáticos con los que uno suele toparse en las parroquias, hay un río subterráneo que nutre, silenciosamente, toda la espiritualidad cristiana, cuya antorcha jamás se ha apagado, y que está allí disponible, para quien quiera descubrirla.
Ya sabes, si vives en España, tienes el Monasterio de las Batuecas, para vivir esta maravillosa experiencia, pero sabe que por todo el mundo hay monasterios como éste esperando por ti, invitándote a descubrir la vida del silencio, para que, al regresar a tu mundo cotidiano, tú también tengas un río subterráneo de tranquilo silencio que nutra tu cotidiana alegría.

Experiencia maravillosa, recomendable para todos!!!

Ya me cuentas...

 

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