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El lado oscuro de la meditación

220 ILUS PABLOVamos a plantear un abordaje intenso, pero muy necesario para no perdernos en el espeso bosque de la meditación. Procura leer el artículo hasta el final.

Cuando pensamos en la meditación, nos viene a la mente un Buda, sumamente pacífico y feliz, alguien a quien se lo podría estar abriendo la tierra bajo sus pies y no se le alteraría un ápice su majestuosa mueca de santón alegre.

Pero resulta que cuando comenzamos nuestra humilde práctica meditativa, muy a nuestro pesar comenzamos a notar que suceden cosas, y no especialmente de las agradables.

En este punto nos replanteamos la práctica, pensamos que quizá olvidamos algún detalle crucial de la técnica elegida, uno tan importante que debe estar provocando los problemas que padecemos.

¿A que me refiero?

Vamos a detallar algunos de los síntomas que experimentamos como “efectos colaterales” de la meditación. Son purgativos, enriquecedores, y la condición sine qua non del crecimiento interior.

Es como al hacer terapia psicológica, es necesario “remover” aspectos profundos de nuestro inconsciente...y es una batalla interior, tal como plantea al Bhagavad Gita. 

Los siguientes síntomas varían de persona a persona en modo y complejidad, pero puede que nos acontezcan varios de ellos. Algunos pueden vivirse con exaltación y agrado y otros con desasosiego y preocupación:

• Nos volvemos hipersensibles a ruidos y chasquidos, a sonidos insignificantes, como el tráfico de la calle, un grifo que gotea, un pájaro que trina, y nuestra meditación no puede continuar, nos obsesionamos con dichos sonidos, nos perturban y nos crispan.

• Pese a que ayer nuestra mente era como la de un Buda en la meditación, hoy es el desembarco de Normandía, los pensamientos parecen pelearse entre sí por nuestra atención.

• Cuando no meditábamos nos enfadábamos de vez en cuando, pero ahora, contra todo pronóstico... ¡nos enfadamos más!

• Antes nos masturbábamos cada varios días, y el sexo era un detalle más del mosaico cotidiano, mientras que ahora cualquier cosa nos “pone”, nos masturbamos compulsivamente o buscamos relaciones íntimas más frecuentemente;

• La depresión, el miedo, la angustia, parecen estar ahora a la orden del día, cualquier cosa las detona, mientras que antes todo parecía “fluir” mejor, sin tanto altibajo.

• Tenemos sueños extraños, pesadillas, quizá soñemos que nos matan, o que torturamos a alguien, o aún que hacemos el amor con nuestra madre.

• Gente que nos resultaba indiferente ahora nos perturba, nos molesta hasta el paroxismo, sean parientes, amigos o compañeros de trabajo;

• Nos volvemos “cruzados” de la meditación y los temas espirituales, intentando convertir a todos como si nos fuera la vida en ello, y nos granjeamos el desprecio de todos.

• Viejos traumas infantiles, olvidados ya, resurgen, con energía redoblada.

• Nos sentimos apáticos, nada nos interesa, cosas que eran el fundamento de nuestra alegría cotidiana, ahora son simple paja, la vida pierde motivación y sentimos un vacío existencial.

• Puede que oigamos voces, canalicemos entidades o maestros, sintamos a la energía “kundalini” ascender por nuestra columna con calor y dolor, o el tercer ojo se abre y vemos cosas que sucederán o vemos el aura alrededor de las personas, con la confusión que todo ello conlleva

• Quizá nos sintamos sin ego, unidos a todas las cosas, y no podamos diferenciarnos de una flor, de la cajera del supermercado o del autobús que tomamos.

• Tal vez deseemos huir una montaña lejana, para estar en soledad, y nos duela tener que trabajar cada día en medio de una muchedumbre “ciega y sorda”.

• Puede que nos sintamos asexuados, sin interés por el placer alguno.

• Por temporadas nos sentimos en perfecta paz, y en otras una vorágine sin descanso.

• La meta de la meditación parece ser un arco iris que cuanto más parecemos avanzar, más lejano se nos antoja;

• Seres a los que amamos, nos despiertan ahora vívidas sensaciones de querer hacerles algún tipo de daño, como si no tuviéramos el control.

• Puede que viejos hábitos como el fumar o beber regresen ahora con una inusitada fuerza, y nos descubramos de juerga frecuentemente.

• Nos deprime descubrir que somos un embrollo, que una moral cuestionable, que somos una esquizofrenia ambulante.

• Cuanto más nos proponemos meditar regularmente, menos lo hacemos, hasta puede que la dejemos por completo;

• Nos enfermamos más, vuelven las alergias, catarros frecuentes, somatizaciones.

¿Qué significa todo lo anterior? ¿Es perjudicial la meditación? ¿Deberíamos volver a nuestra tranquila y común vida anterior?

Bueno, depende lo que busquemos.

Imaginemos un vaso con agua que tiene una capa de barro sedimentado en el fondo, tan compacto que no varía. El agua se verá transparente y cristalina para cualquier observador. Ahora supongamos que el vaso se da cuenta de que esa capa lleva allí veinte años sin variar, y que no le simpatiza la forma que ha adquirido, por lo que decide someterse a un proceso que le permita cambiar, consistente en introducir una cuchara en el vaso para revolver el agua, hasta que la capa de barro se vaya disolviendo. ¿Qué sucederá? Pues lo primero es que el agua ya no será tan “cristalina”, sino que ahora se verá cada vez más turbia por las partículas en suspensión, algunas de ellas minúsculas y otras, verdaderos pedruscos. Si el proceso continúa el vaso se verá completamente opaco. Supongamos ahora que lo dejamos decantar, el barro se depositará en el fondo otra vez, pero ahora de una nueva manera, y supongamos también que diariamente revolvemos suavemente con la cuchara, de forma que el barro se reordene una y otra y otra vez, de formas renovadas (sin saber nunca cómo será la siguiente).

Bien, el vaso somos nosotros, nuestra vida psicofísica, el agua es la mente consciente, y el barro la mente inconsciente. Las personas que no meditan o no hacen ninguna práctica “interior”, mantienen su agua bastante limpia, impecable, pero con costras profundas de barro inalterable. Son más funcionales, predecibles y llevaderas, pero son como una semilla que jamás emprendió el tortuoso viaje de llegar a ser un frondoso árbol. En sus vidas no hay Vida, solo una maquinal repetición ad nauseam de conductas y emociones. El vaso que acepta la cuchara es la mente que se arriesga a meditar, a “revolver-se”, con todo lo que conlleva. Todo lo inconsciente (personal y colectivo) sale a la superficie, lo que sea que hubiese allí, con la consiguiente dificultad para integrar todo ello. ¿Vale la pena? ¡Claro que sí! Si meditas, tu vida será cada día diferente, verás todo lo que puedes llegar a ser contenido en cada una de las partículas de “barro en suspensión” que flotarán en el “agua” de tu mente.

Por ello es tan importante la tradición, sea cual fuere, que no es más que el recuento de millones de individuos como tú que al revolver su agua han tenido experiencias como las tuyas, y las han “traducido”, explicado, a veces dándoles un rostro mitológico, teológico, filosófico o psicológico, pero que te sirven como mapas para que tu viaje se vuelva, ya no una pesadilla de síntomas confusos, sino una aventura maravillosa que llena cada día de tu vida de… Vida.

Por ello, comienza una práctica meditativa.

¡Atrévete a revolver tu agua!

Ahora, dado que nuestra cultura es pro-hombre, y tiende a deificar todo lo masculino (la fuerza, el poder, la razón, la agudeza), la mujer ha acabado pensando que su naturaleza es débil y errónea, que debe cultivar cualidades que la pongan a la altura de las circunstancias en un mundo que exige, valora y premia sólo  valores masculinos. Así la mujer se ha convertido en heroína, empresaria, fría funcionaria, política, etc. Lo anterior le ha parecido un progreso, tanto como me parecería a mí un progreso el cortarme un brazo en una cultura en que se propusiera como ideal el ser manco.

Hoy en día, muchas mujeres guían su vida de acuerdo a valores de producción, de lo que "conviene", de lo "óptimo", en lugar de dar espacio a un corazón que suaviza las cosas.

La mujer ha perdido su esencia, ha vendido su alma al diablo, literalmente (ya que el alma es el anima y el diablo se relaciona con el animus), con lo que ha ganado mucho materialmente, pero ha conseguido alienarse y sentirse carente de aquello que es su propio centro.

Cuando una mujer siente, se conmueve, o se quebranta emocionalmente, eso, hasta un cierto punto es consentido y aceptado, ya que alguien tiene que encarnar y simbolizar lo ausente (el alma). Pero sus congéneres, las otras mujeres, tienden a verla como una vergüenza de su clase, como alguien que no pudo alcanzar el status adecuado, el de hombre.

Volver a sentir es el verdadero desafío de nuestra cultura, no solo de las mujeres, ya que los hombres hemos olvidado como hacerlo también, pero, para alguien cuyo centro es el sentir, perderlo es perderlo todo.

Hace falta que las mujeres se permitan eso que hoy en día interpretan como debilidad, pero que no lo es en absoluto, ya que no hay nada más fuerte que la paciencia, la contención o la dulzura.

No estoy proponiendo que la mujer no estudie o que se aleje de toda función intelectual, sino que evite el caer en una dureza racional que pretende "pensarlo todo", aún lo que se siente.

Si las mujeres aceptan este desafío, estarán "sanando" a toda la especie humana. Los hombres también están neuróticos, ya que ellos tampoco encuentran dónde depositar sus proyecciones emocionales, ya que las mujeres ya no sienten, con lo que se refugian todavía más en su dura masculinidad. Y así, toda nuestra cultura se está endureciendo cada vez más, y en poco tiempo acabará rompiéndose en pedazos.

Necesitamos dulzura, alma, anima, es decir, desarrollar nuevamente la capacidad de amar, de conmovernos, de alegrarnos, entristecernos, dejando de lado ese perfeccionismo masculino, racional, rigidizante, dando así lugar a una posibilidad de que todo ese sentir encuentre su cauce.

Cuando calentamos un líquido en una olla tapada herméticamente, la presión va en aumento, y, o bien le dejamos un pequeño orificio para que vaya descomprimiendo (que es lo que hacemos hoy en día con películas emotivas, emprendimientos ecológicos conmovedores, el culto a la infancia y demás), o bien ese orificio se va ocluyendo de a poco, hasta que todo acaba volando por los aires.

Hemos perdido a la mujer, tanto en el hombre como en la mujer misma. Somos todos machos hoy en día.

Una de las formas de "despertar" el anima olvidada en los demás consiste en aprender a no responder en términos de animus, esto es, si alguien nos increpa con dureza, exigiendo perfección (animus), nosotros podemos reaccionar desde el anima, es decir, desde la paciente recepción de esa actitud, pero evidenciando que comprendemos que, detrás de esa dureza superficial de nuestro interlocutor, reside un corazón dulce y comprensivo, que anhela calma y amor. Aunque esto pueda parecer muy meloso o religioso, su efecto es contundente, demoledor, ya que si reaccionáramos desde el animus, fríamente, racionalmente, nuestro increpador sentiría que somos tan agudos como él y que merecemos esa dureza. Mientras que si reaccionamos desde el anima, forzosamente tendrá que reconocer que ése aspecto dulce (anima) es algo que él ha querido sepultar, y con ello lo obligaremos a que éste último regrese a su consciencia. Aunque no lleguemos a ver inmediatamente ese cambio, el mecanismo se habrá puesto en marcha. Esa es la fuerza de la mujer, la misma que aplicaron  Jesús, Gandhi, Mandela, y otros a lo largo de la historia.

El rechazo y olvido del anima no hace que ésta desaparezca. Todo lo contrario, simplemente se convierte en sombra, en lo que permanece oculto bajo el tapete, y, cuando no vemos algo, u olvidamos que está allí, puede hacer presa de nosotros, justamente, porque no lo podemos anticipar. Así es que nos hemos vuelto una cultura hipersensible, como oposición de lo que queríamos echar fuera de nuestra vida.

Me explico. Si me convierto en una persona sumamente mental, racional, previsora, ordenada, y destierro al sentir, pierdo contacto con el mundo emocional, y ya no sé como sentir. Me vuelvo torpe, y lo que sería una simple tristeza, que debería durar unas horas o un día o dos, ahora puede que se instale y me dure años, o la vida entera. Así es que padecemos de problemas emocionales crónicos, que luego catalogamos con nombres rimbombantes como "depresión", o "síndrome de hipersensibilidad emocional", lo cual muestra cómo el animus, lo único que conocemos, intenta infructuosamente manipular, encasillar y controlar, lo que no puede ser controlado, ya que necesita simplemente ser expresado.

Así es que la psicología de la mujer (y con ello la del hombre también) encontraría un gran equilibrio regresando simplemente al sentir, al corazón, dando la posibilidad a la mujer de convertirse en uno de los arquetipos clásicos que la caracterizan: el de sanadora, o mejor, el de Sophía, de la sabiduría intuitiva.

Si tenemos en cuenta que la mujer es la gestora de vida, y la que imprime los primeros patrones en los niños que crecen, éste cambio de actitud podría redundar en un cambio en el futuro de la humanidad.

Pablo Veloso.

COLABORADORES Revista Verdemente