Buscar

Jesús, la imaginación. El verdadero nacimiento de Cristo

252 PABLOCuando pensamos en Jesús y su natividad siempre nos viene a la mente el episodio de Belén. El pesebre, los animales, los pastores y los reyes magos. Sin embargo, hubo alguien que postuló una idea muy diferente al respecto y que nos permite aggiornar aquel antiguo evento.

Se trata de William Blake, un poeta y grabador inglés del siglo XVIII el cual, habiendo recibido influencia del pensamiento filosófico del obispo Berkeley y de los místicos Jakob Böhme y Emanuel Swedenborg. Plasmó su visión en grabados y poesías con el fin de “liberar” al mundo del pensamiento reinante en su época (y hasta el día de hoy): el positivismo científico, el cual convierte a la realidad en una acumulación de objetos concretos y externos, tan reales e inertes que nadie osaría ponerlos en duda.

Blake pensaba que la realidad no estaba “allí afuera”, sino que se trataba de un gran sueño, el de Dios. Para Blake Dios sueña un sueño eterno, y los seres individuales son “aperturas” a través de las cuales Él obtiene una perspectiva única en cada caso, tal como sucede cuando la luz del sol pasa a través de un cristal de color. Sin embargo, no todo es tan fácil, ya que la multiplicidad de la vida y su complejidad genera un manto de ilusión, de olvido de que todo es un magnífico sueño, y lo experimentado comienza a vivirse de forma muy seria, hasta provocar sufrimiento y dolor inagotables. A ello Blake le llamó Vala o el “velo” de ilusión que todo lo cubre. Este velo está constituido por palabras que van construyendo realidades fijas: mesa, pared, árbol, bueno, malo, y en un nivel más profundo: “no sirvo”, “no puedo”, “no valgo”, “estoy solo” o mucho peor: “voy a morir”.

El problema no es que Urizén (la razón) divida y clasifique, ya que gracias a ella tenemos vacunas y enviamos cohetes a la luna, sino que lo problemático es que nos hemos vuelto demasiado unilaterales, olvidando a la imaginación, al “pegamento que todo lo une”.

Por otro lado, está Jerusalén, otro personaje femenino que representa la consciencia de que la vida es un sueño, una maya (una “representación”, como diría Schopenhauer), ya que lo que nos lleva a la ilusión y a la confusión es Urizén, la mente calculadora, divisora, discriminadora, aquella que separa a buenos de malos, altos de bajos, posibles de imposibles, reales de irreales, y con ello nos lleva a sentirnos en posesión de “La Verdad”, olvidando que tal cosa es meramente el producto de nuestro convencimiento o de la aprobación popular.

Pero el personaje clave es “Jesús, la Imaginación”, el cual representa la herramienta que lo cambia todo. Es nuestra capacidad de ver la vida como un gran sueño que no ocurre fuera de nosotros, sino que tanto lo que consideramos externo como nosotros mismos somos parte de la misma sustancia (tal como decía Shakespeare: “estamos hechos de la materia de los sueños”). En los sueños todo está conectado porque todo es lo mismo, allí la analogía reina, ya que una nube puede hablarnos de la reunión que tendremos por la tarde, o unas palabras que leemos en un cartel durante nuestro paseo matutino nos abren a una profunda reflexión acerca de nuestro futuro (tal como le sucede a Alicia en el libro de Lewis Carroll).

De esta forma, el nacimiento de “Jesús la Imaginación” en nuestra vida deja de ser un hecho meramente histórico y pasado y pasa a convertirse en una nueva forma de ver el mundo y a nosotros mismos.

Pero ¿cómo hacemos que se produzca dicho nacimiento en nosotros? Pues se trata de no segmentar la vida en “trocitos”, verla como un todo, tal como veríamos un sueño. Así todo lo que ocurra estará vinculado con todo lo demás. Ya no habrá un “yo aquí” en oposición a “aquello allí”, sino que todo será un proceso y no una serie de objetos en secuencia. Es la visión que la propia naturaleza tiene de ella misma, ¿o acaso un árbol se considera diferente del suelo y del aire y además perteneciente a una especie botánica con un complejo nombre el latín? Pues no.
Ver la vida a través de “Jesús la Imaginación” significa dejar atrás a los sustantivos (¡son tan pretenciosos!) y comenzar a vivir en los verbos (aunque claramente debemos mantenerlos para el trato cotidiano ya que nuestro mundo es “urizeniano”).

Imaginemos un mundo en que todo es capaz de hablarnos, en que la poesía por ello es el lenguaje más adecuado (poesía viene de poiesis, que significa crear), y en el que todo se llena de posibilidades (ya que las cosas no son ya tan solo “una sola cosa”). Un coche ahora es también un “cocoliche” (dialecto italiano”) o “cocholate” (como dicen los niños), y rodar, que nos enlaza con algo que no golpea, sino que fluye suavemente, y a su vez con la idea de giro y cambio que imponen la redondez rotativa de sus ruedas y volante (y volante a “volar”). Así como también el sentido de caja o cavidad, y por ello “útero”, pero uno transparente (posee cristales), con lo que podemos pensar en la idea de “estar seguros, pero igualmente fisgonear la vida desde allí”, o también “lata”, y ello a “¡qué lata!” (pereza), lo que nos hace pensar en descansar, y el claxon o bocina…bueno, podríamos generar así mundos enteros que se conectan con otros y nos permiten derivar intuiciones infinitas que repercuten en nuestra vida y la transforman…

Cuando “Jesús la Imaginación” nace en nosotros hoy, todo nuestro mundo cambia. Es por ello que cuando Jesús completa su obra de desvelamiento (liberar a Vala) en la cruz, el “velo” del templo se rasga en dos. Se trata del velo de la ilusión, del engaño de las diferencias, de los rótulos asfixiantes y de las separaciones permanentes.

Cuando vivimos en el mundo del demiurgo Urizén, el separador, Vala está enfadada, perdida, y así se vuelve una especie de diosa Kali, cruel y guerrera. Es lo que llamamos hoy “mundo cruel y duro”, en suma: la cruda realidad de “allí afuera”.

Sin embargo, cuando comenzamos a vivir a través del cristal de “Jesús la Imaginación”, Jerusalén despierta y comienza un idilio amoroso con Vala (nuestra forma de concebir la vida), tal como en el Cantar de los Cantares de Salomón, o en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, y lo que hasta ahora era un mundo frío y cruel, se convierte, como si hubiésemos atravesado el armario que separa al mundo habitual del de Narnia, en uno lleno de colores, en el que todo y todos son una misma naturaleza jugando el maravilloso juego de la vida.

¡Feliz natividad de la mano de Vala!, ahora nuestra amiga en un eterno abrazo con Jerusalén. Con las gafas color “Jesús la Imaginación” para verlo todo como el sueño que es y hacer de nuestro mundo una Golgonooza, la ciudad que Blake preconizaba como un vivir poéticamente en el día a día el gran sueño de Dios, pleno de gozo en sus claroscuros, y, sobre todo, ¡sin muerte!

Pablo Veloso

COLABORADORES Revista Verdemente