Buscar

¿Camino a la Felicidad?

236 MONTSEEs fácil que estemos de acuerdo en que no queremos sufrir, incluso es probable que estemos de acuerdo en que todas las personas queremos ser felices. Nos esforzamos por conseguir todo aquello el mayor bien, actuamos en pos de la felicidad, del bienestar y, en fin, tratando de evitar el sufrimiento. Incluso la persona que se autodestruye deliberadamente, suele hacerlo porque es la única salida que ve a su sufrimiento.

Ahora bien, ¿por qué si queremos ser felices a toda costa y llevamos a cabo las acciones que creemos que nos acercarán a la felicidad seguimos sufriendo?, ¿por qué creemos caminar hacia la felicidad y, en ocasiones, sentimos que nos alejamos de ella?

Una posible respuesta es que la “felicidad” entendida como un estado de alegría y bienestar constantes, dependiente de una serie de factores y objetos externos a uno mismo, y que niega toda forma de dolor, no existe. De modo que si esta es la felicidad que buscamos no podremos hallarla jamás, porque esa siempre va a necesitar de algo que no depende de nosotros y va a sentirse insatisfecha, en el anhelo de lo que nos falta y el rechazo de lo que hay.

Otra respuesta, que a mi modo de entender va de la mano de la primera, es que las acciones que llevamos a cabo en pos de la felicidad no responden, en muchos casos al fin que les atribuimos. Por ejemplo, voy de viaje, acudo a una fiesta, me apunto a yoga, compro un montón de libros, o salgo con una persona, trato de coger trabajos que me den caché social, etc. creyendo que todos eso me hará feliz, pero al cabo del tiempo me doy cuenta de que todo eso por sí mismo no tiene la capacidad de hacerme feliz.

Si creemos caminar hacia la felicidad y resulta que no llegamos a ella, en algo nos estamos equivocando. Ya hemos visto que la felicidad basada en algo externo es como una zanahoria que se aleja a cada paso que damos hacia ella, se trata de un ideal inalcanzable, que se fija en lo finito para reclamarle un gozo infinito y rechaza realidades que no dependen de nosotros.

Pero ¿y si entendemos la felicidad como un estado íntimo de paz, el reposo en el hecho de ser, el regocijo de ser testigo del vaivén de la vida, con sus placeres y sus desdichas?
Si comprendemos la felicidad como reposo del ser en el ser mismo y por el ser mismo (en la Gītā se describe al sabio como aquel que “permanece satisfecho en sí mismo por sí mismo”) indudablemente esto ha de cambiar nuestro rumbo.

El camino es hacia dentro, hacia el reconocimiento de nuestro ser más auténtico y la posibilidad de descansar en el hecho mismo de ser. Y hay acciones que facilitan esto mientras que otras acciones pueden dificultarlo. Aun así, en última instancia, no depende de las acciones en sí, tal como planteábamos en el ejemplo del viaje, la fiesta, etc., sino de la finalidad y la actitud con que las llevamos a cabo. Si llevo a cabo las acciones con las expectativas puestas en el resultado y en todo lo que me rodea, si camino pendiente de lo que los demás digan o piensen, pendiente de agradar, del éxito, de llegar, de demostrar... me estaré alejando de la felicidad que persigo. En cambio, si llevo a cabo las acciones observando la respiración, consciente del sentir de todo el cuerpo, escuchando la voz que habla desde lo más profundo de mí, emergida del Silencio, realizando la acción por la acción misma sin apegarme a los resultados y convirtiéndome en testigo de la tendencia de la mente a la expectativa y la posesión, me estaré acercando más a la felicidad, a la dicha de ser y saberme manifestación de Vida.

La tradición védica del hinduismo da una guía muy sugerente. Ellos proponían cuatro valores fundamentales que rigen la vida de los seres humanos:
1. La virtud. Hacer lo que podemos y debemos hacer para contribuir en la sociedad y mantener un orden que busque el beneficio y sostén de todos los seres.
2. La riqueza y todo lo que tenga que ver con producir cosas de valor o la aspiración de poder.
3. La satisfacción de los deseos y placeres sensuales.
4. La liberación, que implica el autoconocimiento por el que trascendemos el sufrimiento.

Todos estos valores son legítimos, siempre que respeten el primer valor, conocido como dharma. Generar riquezas o satisfacer los deseos que nos surgen es completamente válido siempre que no sea a costa de otros seres, lo cual implicaría pasar por alto el dharma.
Sin embargo, el valor de la liberación, tiene una profundidad que modifica el sentido de los demás. La posibilidad de vivir en paz, libre de la esclavitud hacia el “yo” y lo “mío”, libre del sufrimiento que nos produce ser víctimas de nuestros pensamientos y pasiones. Es un valor último que ilumina y da una nueva dimensión al resto. Generar riqueza está bien si se hace con respeto por los demás seres y el entorno, pero puede quedarse en lo superficial y devolvernos fácilmente al engaño de que la riqueza nos hará plenamente felices. En cambio, cuando el fin último es caminar hacia lo más verdadero en nosotros mismos y en los demás, trataremos de producir la riqueza enfocados hacia esa autenticidad que es dichosa, puliendo todo aquello que nos aleja de este fin.

A la luz de esta reflexión resulta pertinente preguntemos ¿qué valores están rigiendo mi vida?, ¿me acercan estos valores a la paz y la felicidad del corazón?, ¿me alejan?, ¿tengo claro lo que entiendo por felicidad?, ¿es la felicidad que me planteo un ideal?, ¿me siento en paz conmigo misma y con el mundo?, si no es así ¿qué hay que dependa de mí que pueda hacer al respecto?, ¿si ahora mismo estuviese en el lecho de muerte, ¿cómo querría haber vivido?, ¿qué cosas en mi vida me acercan a esa paz y goce de ser y qué cosas me alejan?

Responder a estas preguntas y otras similares, puede sernos de gran ayuda para discernir con claridad qué dirección estamos tomando en nuestra vida y si caminamos o no hacia la felicidad.

Tagged under: Montse Simón

COLABORADORES Revista Verdemente