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Desmontando creencias. Mas vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer

194 DANIELCuentan que había un perro sentado sobre un clavo y, obviamente, le dolía. Sin embargo el animal no se levantaba de allí, porque no le dolía lo bastante como para hacer el esfuerzo de irse a otro lugar.

La creencia detrás de esta idea: desconfianza y miedo al cambio
Más vale malo conocido que bueno por conocer: Detrás de la frase de este mes se esconde una gran desconfianza hacia muchas cosas. Hay desconfianza hacia la felicidad, ya que se piensa, en general, que las personas hemos nacido en un valle de lágrimas y en él vamos a vivir siempre sufriendo, porque se considera que lo normal es sufrir,  que tener una vida desgraciada es lo normal. No hay nada que hacer. Pero también hay desconfianza hacia uno mismo. Es decir, me miro a mí mismo como a una persona que nunca va a poder transformar la realidad, una persona incapaz, impotente. Debido a ello, debo quedarme con lo que tengo, porque nunca conseguiré algo mejor. Lo mejor está más allá de mi alcance. Hay una creencia de desconfianza en mi interior, en mis capacidades; por eso mismo, lo mejor es quedarme como estoy. Existe por otro lado, una desconfianza en los demás, que se convierten en personas no confiables, que no son generadoras de relaciones seguras, y de las cuales –por lo tanto- debo defenderme. Y algo más: hay desconfianza en la vida, porque es algo que nunca será maravilloso. Finalmente, hay desconfianza hacia lo bueno, porque cualquier cosa buena, si es que existe, no es para mí, es para otros.
Estas son muchas de las creencias que hay detrás de la idea de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Pero si esta idea nos hace sufrir significa que es falsa y por lo tanto debemos darnos cuenta de cómo tenemos que actuar.
No te conviertas en un caracol
Las personas que cocinan caracoles saben que el secreto para que el caracol no se esconda en su concha, y que muera sin darse cuenta asomado fuera de su caparazón, tan ricamente, es poner el fuego muy bajo. Así, el caracol va sintiendo el calor lentamente y no se esconde en su concha. Si pones el fuego fuerte, él se da cuenta de que está en un sitio peligroso y entonces se protege porque se quiere ir. Nosotros, con la idea del “más vale malo conocido que bueno por conocer”, somos como los caracoles: nos matamos en nuestro propio fuego lento. Y entonces permitimos, primero, las bromas hirientes. Nos parece normal que los demás nos maltraten, nos ninguneen, nos desprecien, que no nos tengan en cuenta. Aceptamos los pequeños maltratos de los demás, y con el tiempo, llegamos a asumir cualquier tipo de golpe, de humillación, de situaciones en las que estamos a disgusto… Nos hemos convertido en “caracolitos”, listos para que nos puedan comer. Esto es lo que ocurre cuando yo me creo esta frase del más vale malo conocido: empiezo a admitir ese fuego bajito que me va quemando, y eso me quita mi dignidad, mi fuerza, me convierte en impotente y en incapaz. Y se me olvida algo fundamental: que yo tengo la capacidad de decir que no, la capacidad de marchar, o de pedir ayuda ante algo que es un “malo conocido”.

La vida como juego
Hay cosas que en nuestra vida las vivimos como malas, otras en cambio, las vivimos como buenas. Pero llega un momento en que descubrimos que podemos manejar las malas, y dejan de hacernos sufrir. Cuando aprendemos, las cosas "malas" de la vida ya no nos causan sufrimiento, obtenemos “el oficio de vivir” y estamos listos para empezar con la segunda parte de nuestra vida: se trata de “el juego de vivir”. En ese momento la vida deja de ser un trabajo, un esfuerzo, un sufrimiento. Se convierte en un juego, en un divertirme expresándome. Y entonces, si acepto que la vida puede ser un juego, también puedo entender que si el juego no me divierte, si el juego no me permite expresarme… game over. Se terminó el juego, cambio de juego, o como dicen los niños “ya no juego más”. Y ahí empiezo otra nueva experiencia, con una idea nueva para cambiar la vieja creencia (y esto, para mí, es un axioma que deberíamos repetirlo cientos de veces): “lo bueno está aún por llegar”. La vida siempre debe ser un juego de diversión, de expresión, de placer, de gozo. Y si no lo es, debo buscar algo mejor para mí. En la vida no debo quedarme con lo malo conocido, porque debo aspirar a ser la persona que estoy llamada a ser: yo soy lo bueno por conocer.
Recuerda el propósito de tu vida
Cuando alguien te diga “más vale malo conocido que bueno por conocer” recuerda que el propósito de tu vida es aprender a ser feliz, aquí y ahora. Y eso no significa en absoluto la pasividad de aceptar lo que me hace sufrir, porque yo puedo cambiar. Lo que debo entender es que el cambio siempre tiene que ser mío. Se trata de un cambio interior hacia la realidad -que es negarme a sufrir-, y un cambio exterior, que no obliga a cambiar al otro, sino que me obliga a mí a cambiar mi relación con el otro. O sea que puedo decirle que no, puedo alejarme, puedo pedir ayuda, pero no voy a obligar al otro a cambiar. Si tú quieres ser un erizo lleno de pinchos, tienes todo el derecho; pero yo no voy a poner mi pie sobre tus púas. El cambio interno será el no criticarte, pero el cambio externo será “no acepto que mi camino esté lleno de púas”. Los erizos viven lejos de mi casa. Por lo tanto, el propósito de la vida consiste en aprender a ser feliz con la vida que tengo, aprendiendo a abrazar lo que no puedo cambiar y aprendiendo de ello, pero también cambiando mi relación con lo que es malo para mí. Así que la próxima vez, cuando algo conocido sea malo para ti… dile no, dile marcho o pide ayuda. Porque lo bueno, lo mejor, está a punto de llegar.

Ejercicio de verificación: ¿Cómo lo comprobamos?
Te proponemos dos ejercicios distintos.

Ejercicio 1: Lo mejor está por venir
Repetirte tantas veces como puedas desde el convencimiento, a lo largo de este mes: “Hoy no sé lo que me ocurrirá, pero ocurra lo que ocurra, me haré feliz”. Repítelo hasta que TÚ te lo creas, y verifica como eso cambia tu mirada y tu relación con el mundo.

Ejercicio 2: Ir quitando los clavos
Primero, haz una lista de “tus clavos” pequeñitos (los clavos que el perro aceptaba), las incomodidades que puedes cambiar: el horario al que vas al gimnasio y que no quieres; ese cajón revuelto que te pone de los nervios porque nunca llegas a tener media hora para ordenarlo; el enchufe que está sin arreglar y que en un rato podrías cambiar para hacer ese ambiente mas confortable. O decirle a ese amigo un secreto que tienes hace tiempo y que lo sientes como una espina clavada, y te permitirá abrazarlo otra vez cuando te la quites... Es decir, haz una lista de los temas que incomodan tu vida y que puedes cambiar.
Por otro lado, observa la voz interna que te dice “luego, luego… no lo hagas, tú no puedes”. Y al final, olvida la voz, elige dos de esas cosas (clavos) y hazlas. Si puedes empieza por la grande, llama a tu amigo y confiésale el secreto que guardas y que tanto daño te hace por no ser sincero con él.
Ahora verifica cómo, tras hacer esto, tu energía sube. Cómo vuelves a aceptarte y de qué manera se incrementa tu confianza en la vida. Ante algo que es malo conocido, lo mejor está siempre por llegar.

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