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Naturalmente

239 EVAComo cada primer fin de semana del mes desde que pasó la adolescencia (¡y de eso ya han pasado años!), María se iba al pueblo a ver a su abuela Marta. Le gustaba mucho Viejunes del Moral, siempre pensaba que tenía algo diferente. Y así era, ya que pocos pueblos de la llanura castellana tenían una vida tan dinámica: la mayoría eran personas longevas, pero se mantenían en gran estado de salud. Don José, por ejemplo, uno de los más veteranos rozando los noventa, no perdonaba su caminata diaria hasta Navalmoral, a casi seis kilómetros de distancia, con baño incluido salvo que el río estuviera congelado.
No eran ni las doce cuando María llegó, pero ya llegaba el olor desde que abrió la puerta del coche de la inconfundible comida de su abuela. Eran habitas con jamón esta vez, uno de sus platos favoritos, siempre cocinado a fuego lento con una mezcla de especias y hierbas que nadie conocía y que las hacía únicas.
— ¿Qué te pasa María? Te veo muy cansada—le dijo Marta—.
—¡Ay abuela, sí, estoy agotada! — respondió María—. He estado toda la semana de un lado para otro y aunque he tratado de parar el ritmo, no sé qué pasa que no puedo. El otro día no podía ni levantarme de la cama. ¡no sé qué hacer! —suspiró casi asomando una lágrima.
—Bueno hija— respondió la abuela mientras la miraba a los ojos sin que ella se diera cuenta— empecemos por tomar un té y aprovechar este sol tan maravilloso.
Marta se fue a la cocina y cogió la manzanilla que se estaba secando y que seguramente había recolectado su abuela en los paseos vespertinos con sus amigas a la montaña. Elixir de la eterna juventud solía llamar ella a esos paseos.
—Cuando esté lista, salte aquí fuera y charlamos. Yo te espero que me viene bien tomar un poquito el sol. — gritó la abuela desde fuera.
María sacó las tazas de té y se sentó sobre esas sillas de mimbre que eran como una leyenda en casa de Marta, tenían muchísimos años pero se mantenían como nuevas y lo mejor, eran comodísimas. Su mirada se quedó clavada en el infinito mientras que soplaba la taza de té aún caliente en un silencio no buscado pero muy placentero.
—Mira hija, ponte a observar a Hugo— dijo la abuela de repente.
A María casi se le cae la taza del saltó que dio.
—¿A Hugo tu perro? — preguntó María—.
—Sí, sí, a Hugo. Fíjate cómo está tomando el sol igual que yo. Él sabe que queda poco de sol porque se viene el invierno y hay que aprovecharlo. Y estate atenta porque cuando se levante se estirará y se sacudirá. Llámalo vas a ver —respondió Marta—.
—¡Es verdad! — se reía María.
—Sigue de reojo observando cómo vive, que le vas a ver que en algún momento va a comer hierba, no es que tenga hambre, es que siempre que le traes cosas de Madrid se empacha porque no está acostumbrado y es su forma de purgarse. Y mientras que sigues de reojo a Hugo, vete enfocándote en Pepe. Pepe el gato sí. —continuó explicándole Marta—.
María no entendía muy bien por qué le estaba contando eso su abuela, pero siguió atenta escuchando.
— ¿Has visto que él también se estira y sacude? — Marta le preguntó directamente mirándola porque notaba que se estaba desconcentrando de lo que la estaba contando—.
—Pero además se entrena en diferentes momentos de día: a veces lo hace solo, como si fuera una lucha con una sombra o a veces juega con una bola, un corcho o lo que sea. También caza animales para demostrar su habilidad y estar preparado por lo que pueda pasar.
Y se rieron las dos.
—Es totalmente independiente—continuó la abuela—acuérdate que se baña lamiéndose, se afila las uñas, si quisiera podría cazar para comer, sus necesidades no se ni dónde las hace y busca cariño cuando quiere y, cuando se cansa, se va por ahí.
Las tripas de María comenzaron a sonar.
Y ya lo último que pido que te fijes antes de que vayamos a ver como anda el fuego con la comida — dijo la abuela con sonrisa pícara¬—. ¡Mira nuestro nogal! que de tantos momentos de hambre nos ha sacado. Él también está aprovechando el sol, crece a su ritmo y sigue su proceso, da flor, empieza a generar el fruto, lo endurece y queda listo para dar o para dejarlas caer. En ciclos una y otra vez.
Abuela y nieta se sonrieron y Marta le acarició la mejilla mientras le decía «así hija mía somos nosotras también: debemos seguir las estaciones, hay momentos para aprovechar el sol, momentos para dormir. En la naturaleza no hay prisas, nada se deja sin hacer, pero todo va fluyendo hasta encontrar su momento, todo de manera progresiva. Un árbol, por ejemplo, pasa por todas sus etapas hasta dar fruto. Nadie se olvida de comer, ni de limpiarse, de estirar y moverse para encontrarse listo».
La diferencia — continuó— es que los momentos en la ciudad los forzáis con la cabeza, es como si quisierais encajar un libro dentro de una botella y cuando no funciona en vez de buscar otro envase calentáis la botella para dilatarla y que entre. Cuando no sepas qué ritmo debes tener, fíjate en la naturaleza, en el resto de seres vivos con los que compartimos el mundo, ellos te enseñarán. Ellos y tu instinto natural que a veces está tapado, pero está si lo quieres escuchar.
María abrazó a su abuela mientras que lloraba suspirando como si una gran carga pesada se estuviera liberando en esas lágrimas. Cuando estuvo más tranquila se acordó de las habas.
— ¡Ay,abuela! ¡El fuego! ¬— y salieron corriendo las dos hacia la cocina.

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