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La Psicología de la Mujer (1a Parte)

 Hoy en día tenemos una mezcolanza con respecto a los roles femeninos y masculinos en nuestra sociedad, lo que nos lleva a complejizar nuestras relaciones humanas, tornándolas en problemáticas.

El psicólogo suizo Carl Jüng decía que existen dos principios, uno masculino (animus) y otro femenino (anima), que residen tanto en el hombre como en la mujer. El animus se corresponde con el aspecto racional, con la palabra, el discurso, la definición y clasificación de las cosas. Mientras que el anima lo hace con el sentimiento, la intuición, y con una aproximación más vaga, pero a su vez más abarcadora de las cosas.
De forma innata la mujer funciona desde el anima, mientras que el hombre lo hace desde el animus, y, a su vez, cada uno necesita integrar, desarrollar lo que le falta, para compensar su polaridad.
Ahora bien, nuestro mundo prioriza y exalta los valores racionales como superiores, por lo que hombres y mujeres se esfuerzan por lograr expresar lo considerado la “nata” de la humanidad: la razón. Así vemos a muchas mujeres, que en su afán de incorporar el animus, en lugar de integrarlo, y lograr así un funcionamiento más total, lo que hacen es identificarse con él. Es decir, buscar desarrollarlo exclusivamente, a expensas de su tan valioso sentir (anima). Con lo que se convierten en empresarias frías, profesionales calculadoras, funcionarias desalmadas, personas dominadas por ideas fijas y absolutas sin ningún asidero lógico. En suma, en una distorsión exagerada del principio masculino que implica sacrificar su alma (anima). Esto les ha pasado a las feministas, por ejemplo, quienes en aras de la igualdad de sexos, se “masculinizaron”.

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Por otro lado están aquéllas que hacen lo contrario. Es decir, que niegan a lo masculino, a lo racional, la toma de decisiones, y se refugian en criar hijos (cuantos más mejor), recluyéndose en los abismos inconscientes del sentimiento (anima). Pero todo lo que se rechaza, niega o evita, regresa sin que lo notemos, y se da así el fenómeno de la posesión. Esa mujer, supuestamente sensible, maternal, nutritiva y dulce, se convierte en melindrosa, exigente, intolerante, crítica, tal como la Jantipa de Sócrates. Esto es, ha sido poseída por lo masculino, racional y discursivo, pero en un modo distorsionado, por ser inconsciente, con lo cual acaba peor que la feminista.
Sin embargo existe un modo armonioso y sano de integrar (en lugar de identificarse o ser poseído por) el animus, que consiste en, primero mediante el reconocimiento en el afuera (marido, amigos, hermanos, padre), proceso que se denomina en psicología transferencia o proyección. Comenzar a descubrir el discurso masculino, racional. Y luego, poco a poco, ir integrándolo y desarrollándolo interiormente mediante la diferenciación del animus de la persona en que lo proyectamos.
La mujer suele toparse con el animus a través de diversas figuras masculinas, que variarán según su propio nivel de desarrollo (relación con su propia anima (principio femenino):
• En sus formas más bajas, buscará deportistas, aventureros, estetas, etc.
• En formas medias, buscará hombres con propósitos claros en la vida, como emprendedores, políticos, revolucionarios, etc.
• En sus formas superiores, buscará al sabio, al maestro, al mago, al guía espiritual, etc.


Es muy común que la mujer acuerde con el hombre que ella se mantendrá “sintiéndolo” todo, y el hombre “pensándolo” todo (evitando a toda costa que cada uno invada el territorio del otro). Con lo que se polarizarán de forma permanente, como si la integración que debería suceder en cada uno, se escindiese en dos y formasen una unidad de dos elementos. Esto apareja un gran equilibrio y estabilidad (relación simbiótica), pero si uno de ellos muere, o se va, la otra persona quedará devastada, ya que este tipo de vínculo implica un malsano apego y obsesión. Mientras esta relación dura, la proyección que la mujer pretende hacer en el hombre, es decir, tratar de ver al animus (principio colectivo, trascendente) en un hombre corriente, siempre, hará agua. Sobre todo si la relación permite realmente la intimidad (el amor cortés solucionaba este detalle por medio de la distancia que permitía mantener la idealización sin merma). El hombre suele exigirle a la mujer que sea completamente anima (sensible) y nada animus (racional). Por lo que ella se esfuerza en ello. Casi sin notarlo, atrae al animus (lo racional), ya que cualquier polarización atrae a su contrario tanto dentro como fuera de uno mismo, mediante la posesión por dicho animus, que ahora comienza a padecer. Por tanto, se vuelve masculina sin notarlo, a lo que su marido le exigirá otra vez dulzura, suavidad y maternidad, en un círculo vicioso eterno. Esto se aplica a su vez a la mujer que le exige al hombre que tome todas las decisiones (animus), con lo cual él será poseído por el anima. También de forma recursiva, con lo cual se la pasarán entre exigencias mutuas, sensaciones de fallo, desengaños, y frustraciones que parecen no tener fin.
Todo esto nos hace pensar que, tal como decía Platón, éramos originalmente hermafroditas, que fuimos escindidos en partes. Por lo que buscamos a nuestra “media naranja” que nos compense, con el eterno dolor de que el otro nunca acabe de “coincidir” con nuestra utopía de unidad.
Por lo anterior, el recuperar nuestra parte perdida (el animus para la mujer) debe hacerse interiormente (lo que no quita que también ocurra exteriormente). Para la mujer resulta muy fácil incorporar el mundo intelectual y racional (debido a que lo considera superior), y perder lo sentimental e intuitivo. En suma, identificarse con el animus. Ella lo considera un “ascenso” desde su mundo de sentimientos y emociones oceánicas, razón por la que fácilmente es encantada por las melosas palabras del primer hombre que se cruza en su camino.
La mujer debe diferenciar muy bien lo que es su anima, su centro de emociones y sentimientos, del animus que comienza a integrar, para no ser poseída por él o identificada con él.
Así, la mujer se vuelve fuerte, voluntariosa, decidida, segura, etc, cualidades del animus. Pero sin perder su sensibilidad e intuición fundamentales. Y, así, desde esta unidad puede vincularse en todo tipo de relaciones, sin temor a ser dominada, engañada o engullida. (Continuará)

 

 

 

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