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El Gran Descubrimiento

227 JUANCHO

Llega octubre y llega un nuevo taller de Meditación Zen y las ganas de emprender nuevos viajes y aventuras, por lo que parece muy oportuno tener presente este importante "aviso para navegantes".

Cuando nos iniciamos en el camino de la meditación o del Zen, incluso cuando ya llevamos tiempo caminando, podemos caer en el engaño de creer que estamos avanzando hacia algo superior, lejano o profundo. Nos sentamos en nuestro cojín y nos afanamos como un explorador que se adentra en una cueva para encontrar un tesoro escondido, con la esperanza de poder salir después triunfante con dicho tesoro en las manos.
En este intento continuo de buscar para descubrir algo, cosificamos nuestra naturaleza esencial y la colocamos en un lugar de difícil acceso al que solo se llega con la ayuda de un mapa mental hecho a escala de nuestras propias creencias. Por si fuera poco, a este "lugar iluminado" le atribuimos un estado maravilloso lleno de dones y deleites, como a una tierra prometida en la que mana la gracia divina. Y claro está, ante tan irresistible seducción, nos lanzamos a la aventura. Y en la aventura de la transformación podemos creer que meditar es hacer algo para conseguir algo: un estado extraordinario, crear una mente nueva y perfecta, etc.
Sin embargo, Buddha no hizo nada, no cambió nada, su gran cambio fue más bien un dejar de hacer... para simplemente ver. Buddha no se encerró en su taller interior y pulió su espíritu con martillo y cincel hasta tallar una mente iluminada, ni combinó artilugios espirituales para fabricar una máquina mental superior. Buddha no fue un inventor, fue un descubridor. Se adentró en su propia geografía interior y descubrió un territorio inmenso y radiante, que ya era, pues al contrario que con un invento, que requiere primero de un inventor, con el descubrimiento sucede al revés: aquello que se descubre Es siempre antes de que llegue el descubridor. Y Buddha descubrió además que Ese descubrimiento era Él mismo. Y tras navegar mar adentro, navegó también mar afuera y descubrió el infinito océano de la realidad universal iluminada, y descubrió también que ya era y también que era él mismo.
Cuando nos sentamos a meditar no nos sentamos a inventar nada, nos sentamos a descubrir lo que ya es, lo que es previo a nuestro afán de descubrir, previo a nosotros mismos. Es precisamente desde "Esto que Ya Es" que surge el anhelo de ser descubierto y de ahí el impulso de buscar. No soy yo buscando hacia adentro, sino que es un Adentro buscándome a mí. La meditación zen es un laboratorio de investigación, pero no para concebir nada nuevo ni mejor, sino para descubrir la realidad que ya es, siempre aquí, esperando a ser descubierta y simplemente siendo nueva e inmejorable cada vez que se descubre.
El zazen es una travesía, mar adentro y mar afuera, pero no de un lugar a otro sino del no ver al ver. La Tierra Prometida nos está siempre esperando, llamando, pero no se alcanza, solo se descubre, siempre como algo que ya era y como algo que soy yo mismo. Y cuando se descubre luego se habita, en el día a día, pues no es una tierra que se invade y se posee, sino que es la tierra del Presente, acogedora y sin propietario, en la que uno nace, crece, muere y renace a cada instante.
El zazen no es una conquista, no es un camino para transformarme sino para retirar lo que me cubre y para ver la realidad tal cual es. Este des-cubrimiento no es de ninguna otra cosa que de la Realidad y Yo mismo, aquí, ahora, esperando a ser auto-descubierto por mí mismo, esperándome desde mucho antes de que yo saliera a buscarme. Igual sucede con el corazón, la unidad, la confianza. No necesito inventarlos, solo necesito descubrirlos. Salir a la mar, vivir descubriendo, mar adentro, más adentro, mar afuera, más afuera, el Gran Descubrimiento me está siempre esperando. 

Juancho Calvo 

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