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El camino de la evolución personal

193 JUAN

Uno de los hitos más significativos en la evolución de cualquier ser humano es trascender la mente. Vivimos en un mundo de conceptos, opiniones, creencias, significados y demás; vivimos condicionados por los prejuicios, expectativas, interpretaciones y definiciones que hemos adquiriendo a lo largo de la vida sin ninguna elección. Todo esto tiene su sentido y utilidad pero llegar a tener consecuencias nocivas. Con un poco de introspección encontramos una fuerte relación entre nuestros patrones de pensamiento y la infelicidad que experimentamos en la vida.
Esta comprensión nos produce un fuerte deseo de cambiar la mente. El cambio suele ser positivo. Nos enriquece y nos abre a una vida más satisfactoria y libre. Sin embargo, al poco tiempo empezamos a experimentar las limitaciones de las nuevas creencias y conceptos aprendidos. Esto lleva a un nuevo deseo de cambiar y la consecuente adopción de nuevas perspectivas. Este proceso puede repetirse una y otra vez a lo largo de la vida, y de hecho, puede repetirse indefinidamente sin llegar a una situación claramente satisfactoria.
El punto crucial, es comprender que finalmente la cuestión es ir más allá de conceptos, ideas, juicios y opiniones. Reconocer con claridad que todas las perspectivas mentales son relativas, incompletas y condicionadas. Esto, no puede hacerse desde la mente sino desde una lucidez más allá de cualquier elaboración, pensamiento y conceptualización. Aquí hallamos uno de los principales objetivos de la práctica de la meditación, situarse en la atención pura y desde ahí caer en la cuenta de que nada que provenga de la mente es verdaderamente cierto.
Una de las aplicaciones más importantes de este proceso es en el campo de las relaciones con los demás. Avanzamos de estar inmersos en nuestra mente egocéntrica a la conciencia que ve al otro sin el sesgo de cualquier interpretación. Es lo que acaba llevándonos a despertar la compasión.
Mientras más evolucionamos las personas y las sociedades, hay más respeto, solidaridad y compasión. Conforme somos capaces de abandonar prejuicios y valoraciones infantiles, va emergiendo de forma natural mayor amor, empatía y conexión con todos los seres. Es decir, una buena referencia de nuestro nivel de desarrollo es el grado de amor y compasión con el que vivimos cada día.
La evolución parte de estar centrado en uno mismo a ser capaz de ponerse en la mirada del otro, para finalmente, reconocer que todos estamos interrelacionados y apreciar la interdependencia de todo lo que existe. Esto es fácil de ver con un experimento de los psicólogos evolutivos. Le enseñas a un niño pequeño una pequeña caja con dos caras, una azul y otra roja. Haces que él mire la parte roja mientras que tú miras la cara azul. El niño ha visto que tiene dos colores, ahora bien, cuando le preguntas que color estás viendo tú, te contesta que rojo. Te contesta lo que él ve, el niño no puede ponerse en tu lugar. Esto ocurrirá cuando sea unos meses más mayor y será algo natural. Todos los adultos somos capaces de hacer eso.
Este conocido experimento nos muestra una forma de desarrollo de las personas. La cuestión es que este ponerse en lugar del otro puede evolucionar más y más, puede expandirse sin límites. La capacidad, cuando fuimos niños, de ponernos en la perspectiva de los demás es la semilla de la compasión universal. Dicho de otro modo, cuando seguimos evolucionando llegamos a situarnos en una perspectiva global y vemos cómo los demás ven el mundo. Esta es la base para cualquier cambio. Mientras no lleguemos a este nivel de conciencia, no podemos hacer mucho por los demás, y nuestra ayuda suele ser una forma de egocentrismo, un modo de cubrir nuestras necesidades de ser útil, reconocimiento y aprobación.

Es preciso que hagamos una constante reflexión y nos cuestionemos cómo vemos a los demás. Si queremos avanzar, no es suficiente el desarrollo de la atención plena (es decir, mindfulness). También es necesario cuestionarnos nuestra visión del mundo y de los demás.
Igual que la mente construye una imagen de nosotros mismos, lo que llamamos el ego, también construye una imagen de cada una de las personas con las que nos relacionamos. De modo que el trabajo de indagación y deconstrucción del ego incluye a los demás. Debemos desarrollar la lucidez necesaria para apreciar que lo que vemos en nuestros amigos, enemigos y extraños sólo son proyecciones, construcciones mentales e imágenes. Necesitamos detener la mente y cultivar más conciencia.
Por ejemplo, ¿somos conscientes de qué miramos en los demás? Esta es una investigación básica. En qué nos fijamos cuando nos relacionamos con el otro. Muchas  personas se fijan en sí mismas: si le caeré bien, si voy bien vestido, si le gusto, si me valora, si le resulto interesante, etc. Otras se fijan en lo que sienten: me siento tranquilo, me pone nervioso, me produce alegría, me cansa, etc. Hay quien se fija en el otro en función de sus propias expectativas, hay quien directamente piensa que todo el mundo es egoísta, ignorante, inepto, etc. percibiendo su propio pensamiento en el otro. Hay muchas más posibilidades, y la cuestión es si somos capaces de reconocer cómo funcionamos.
Muchas veces nos obligamos a ser más amorosos, ecuánimes o compasivos. Pero el trabajo más importante es darnos cuenta. Ser humildes y reconocer cuál es nuestro nivel de conciencia. Solo así podremos evolucionar. Sólo desde la conciencia tendremos la posibilidad de ser más sabios.
Un punto crucial en las relaciones con los demás es cuando nos hacen daño. Hay muchas personas dañinas y muchas posibilidades de que nos hagan daño, de modo que ¿cuál sería la forma más inteligente de gestionar esta situación? Algunas personas viven en la fantasía pseudoespiritual de que si son muy buenas personas y crean “buen karma” nadie les hará daño. Sería genial que funcionara así, sería estupendo que tuviéramos esa capacidad de controlar la vida. Pero no funciona así. Un buen ejemplo lo encontramos en la vida de Buda cuando un personaje llamado Devadatta acudió a toda clase de argucias y estratagemas para dañarle; o algo más cercano, en nuestra tradición cristiana, Jesús no se libró de la maldad de los demás y acabó en la cruz.
Así pues la investigación aquí nos lleva a descubrir cómo afrontar el daño de los demás. Y la cuestión aquí es diferenciar entre la acción y la intención dañina del otro y la propia experiencia se dolor. Un principio básico es que no podemos cambiar a los demás, al menos a corto plazo, de modo que nuestra tarea esencial es cómo abordar la experiencia de dolor para liberarnos de ella.
Nuestro propósito final como personas en un proceso de evolución personal es descubrir que podemos estar en paz y apertura más allá de cómo los demás actúen con nosotros. El camino para llegar a esto es conocernos a nosotros mismos. La experiencia de dolor está íntimamente relacionada con nuestro estado emocional y con nuestras inseguridades. También tiene relación con los roles que desempeñamos, las aspiraciones y los deseos que tenemos. Cuando nos conocemos se descubre el papel que jugamos nosotros mismos en las experiencias de dolor.
Aquí necesitamos una gran capacidad de introspección y auto conciencia. La meditación es uno de los mejores métodos para ello. No tenemos control sobre los demás pero sí podemos manejar y cambiar nuestra mente. Es decir, podemos modificar los patrones internos que están relacionados con la experiencia de dolor que el otro nos ha causado. Cuando aprendemos a soltar nuestros juicios, interpretaciones, valoraciones y demás, descubrimos que también nos liberamos del dolor. Aprendemos a convivir con personas en estados de conciencia más primitivos y despertamos el deseo de ayudarles a evolucionar. Recordamos que en su momento también nosotros estuvimos en un estado inferior y sentimos que ayudar a los demás es una gran oportunidad.
En el fondo, el único asunto es la evolución, no la nuestra personal sino la de todos los seres. No es una elección, no es algo de lo que podemos escapar. La cuestión es si lo hacemos fácil o difícil, si nos sintonizamos con la fuerza evolutiva del universo o si nos resistimos. La resistencia sólo es crear sufrimiento, la entrega es llegar a la plenitud.

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