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Trampas de la muerte

188 JUAN

La cuestión principal es vivir sin sufrimiento. Debería ser el principal objetivo de todos los avances científicos, los conocimientos, las teorías, valores y principios sociales. También, tendría que ser la meta de todas las personas. Sin embargo, es curioso ver cómo muchas veces anteponemos opiniones, puntos de vista, apegos, creencias y demás a librarnos del sufrimiento.
A menudo, nos regimos por valores aprendidos, inseguridades, opiniones y supuestas certezas para acabar viviendo una vida llena de insatisfacción, frustraciones, pérdidas y fracasos. Es poco frecuente encontrar alguien que pone como su primer objetivo la verdadera felicidad. En este sentido, meditar es para quienes tienen como principal meta una vida plena y sin sufrimiento.
Cuando observamos las experiencias en la práctica de meditación descubrimos que el sufrimiento viene de la mente. El sufrimiento se origina a partir de los estados mentales, las imágenes y pensamientos. La mente nos atrapa, nos hace ver el mundo de una manera y nos provoca comportamientos determinados.
En cada uno de nosotros se producen constantemente ideas, estados emocionales, imágenes, pensamientos y demás. Sin ninguna elección por nuestra parte sentimos tristeza, enfado, deseo, etc., pensamos cosas positivas y negativas, nos vienen imágenes de personas, situaciones o escenas, etc. Todo esto sucede sin que podamos hacer mucho. Diversas circunstancias y condiciones activan distintas impresiones mentales que se presentan como ideas, imágenes y demás.

Hablamos de estados mentales positivos y negativos, pero el sufrimiento no está ahí. El sufrimiento no viene porque en la mente se haya activado un estado mental negativo. El sufrimiento aparece cuando ese estado perdura, nos domina y nos condiciona. Dicho brevemente, el sufrimiento viene cuando nos captura lo que la mente produce. El sufrimiento es quedarse atrapado en un estado, imagen o pensamiento.

Es muy frecuente plantear el trabajo interior como un camino en que potenciamos emociones positivas y tratamos de erradicar lo negativo. Esto es muy importante y lo primero que necesitamos abordar. Necesitamos previamente calmar la mente para luego hacer un trabajo más profundo y liberador. Es preciso reducir la intensidad emocional destructiva y aplacar los estados de ira, rencor, apego, envidia, y demás. Cuando permitimos que los estados negativos nos dominen se vuelve imposible enfocar la atención con claridad en lo que nos sucede.

En una primera fase ejercitamos la mente para que se habitúe a producir emociones positivas y pensamientos equilibrados. La práctica de la meditación nos ayudaría a potenciar estados como la gratitud, la compasión, el amor, la armonía o el perdón. Además, nos llevaría a considerar que todo es relativo y temporal, con lo cual dejaríamos de juzgar a las personas y comprenderíamos que las cosas sólo son verdad por un tiempo; veríamos que la realidad de las personas y cosas depende del punto de vista y la perspectiva que se adopte.
Al plantearlo de este modo, muchas veces pensamos que el objetivo es dominar la mente y controlar los estados negativos. La enseñanza crea en nosotros la expectativa de alcanzar un estado mental puro y sin negatividad. De modo que cuando llevamos un tiempo en el proceso y volvemos a experimentar emociones destructivas sentimos haber fracasado. El proceso se llena de frustración, decepción y para algunos incluso de culpa.
La cuestión es que producir estados mentales positivos es necesario pero no suficiente. Es preciso algo más. Al principio, para toda persona que esté genuinamente interesada en vivir plenamente es imprescindible un cierto dominio sobre su negatividad, pero luego hay que dar un paso más.
El sufrimiento no está en lo que la mente produce sino en lo que hace. No está en que la mente produce estados de ira, deseo o miedo, por ejemplo. El sufrimiento viene cuando la mente nos captura en esos estados negativos.
El mayor peligro de la mente es su capacidad de persuasión. Nos pasamos la vida persiguiendo éxito, ganancias, reconocimiento, poder, control, vitalidad, etc., ¿por qué? Porque pensamos que es lo mejor. Es decir, porque en la mente se producen pensamientos que nos dicen que eso es lo que hay que hacer. La mente nos dice que eso es lo importante o lo mejor en la vida. Lo interesante es que suena bien, lo que la mente nos dice suena muy lógico y razonable. Es irrefutable, quién se atrevería a cuestionar algo tan sensato y sugerente. Entonces, le hacemos caso a la mente y nos vemos envueltos en una vida en que se acumulan los fracasos, las pérdidas, la incertidumbre, las críticas, y demás; tanto en lo personal como en relación con nuestros seres queridos. Además, aunque ocasionalmente alcanzamos momentos de reconocimiento, éxito o placer, suelen ser demasiado efímeros y relativos.
Nos quedamos atrapados en lo que se presenta en la mente, este es el problema. Las personas que han despertado a la realidad se diferencian de la gente corriente en algo fundamental, han escapado del poder seductor de la mente. Los estados, imágenes y pensamientos que la mente produce ya no les capturan. Esta es una de las diferencias fundamentales entre un sabio y una persona corriente. Para nosotros, todo lo que la mente presenta es la verdad, para los sabios es irrelevante.
Es decir, un ser despierto y evolucionado, sigue teniendo pensamientos y emociones negativas, como no podría ser de otro modo. La mente sigue funcionando. Pero le resultan tan insubstanciales que es como si no existieran. Esta es la paz del sabio, el silencio interior. Cuando no nos dejamos capturar por lo que se presenta en la mente descubrimos un inmenso espacio interno de serenidad, apertura y creatividad.
Nuestro problema es que nos quedamos atrapados en ideas, formas de pensar, creencias, emociones, sentimientos, imágenes y conceptos. Todo esto lo produce la mente y duraría un instante si no fuera porque nos conquista. La mente nos captura y se alimenta de nuestra fe en ella. Si pudiéramos situarnos en el centro de nuestro ser y dejar de creer en la mente, todo esto que se presenta resultaría efímero, insustancial e irrelevante, y lo que es más importante, perdería la fuerza para crear sufrimiento en la vida.
Como hemos comentado con frecuencia, la fuerza de las experiencias de sufrimiento depende del valor que la mente les da. Si dejáramos de creer en los pensamientos, emociones e imágenes producidos por la mente, el sufrimiento dejaría de tener poder. Sin fe en la mente, el sufrimiento se debilita y encoje, y deviene insubstancial.
Este es el verdadero propósito de la meditación. Mediante la observación de las experiencias y de la mente llegamos a apreciar que las creaciones mentales sólo son interpretaciones posibles. Cuando despertamos la suficiente lucidez reconocemos que nada de lo que la mente manifiesta es la verdad y al reconocer esto podemos elegir. Alcanzamos la posibilidad de dudar de los pensamientos o estados emocionales. Tenemos la completa libertad de creer o no creer en las experiencias de enfado, adicción, insatisfacción, tristeza, desánimo y demás. La capacidad de elegir no hacerles caso y, en consecuencia, ver que se desvanecen y desaparecen de nuestra vida.

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