Silenciar la forma
- Categoría: PEDRO SAN JOSÉ
En esta nuestra practica del silencio, te toca aprendiz, profundizar. Comencemos por lo inmediato.
Cuando me siento en meditación silencio el cuerpo, realizo el ejercicio de aquietar el pulso material, el ritmo del corazón, y la respiración se hace suave y profunda. Trabajo con el cuerpo y a través de este silenciar el cuerpo sereno la mente y el espíritu.
El camino espiritual implica primero el silenciamiento del cuerpo y de la forma, el aquietamiento del ruido en relación con las formas, los acontecimientos y los sucesos que aparecen y desaparecen, desde la vida individual al microcosmos y al macrocosmos. ¿qué significa esto?
En primer lugar diré que las mil manifestaciones y acontecimientos, este cuerpo y su evolución, el transitar de las células y los átomos, el majestuoso movimiento de los astros en sus galaxias y las mil formas que se suceden, son en su plenitud manifestación una de la realidad. Las manifestaciones múltiples y los fenómenos, la vida que transita dentro de este cuerpo y fuera de este cuerpo son reales por si, interdependientes e intercambiantes, y continuamente aparecen y desaparecen, se transforman, son y dejan de ser, y es esto un continuo flujo que es indiferente a como yo lo describo o lo intento controlar ¿Qué es pues lo que he de silenciar? Mi deseo de control, de calificación y de interpretación definitiva de los acontecimientos es lo que he de silenciar. El ruido relacionado con la forma es la creencia, la descripción y la interpretación estanca que intento administrar e imponer. Con el fin de acercarme a la realidad, primero he de limpiar de creencias e interpretaciones la realidad.
Durante siglos, la cultura a la que pertenezco ha rechazado la forma, el cuerpo, el mundo y la carne como enemigos del espíritu, generando una interpretación dicotómica, maniquea de la realidad. Por eso, el silenciamiento de la forma puede ser mal interpretado, como la negación del cuerpo y de la realidad material. Este camino ha producido una profunda decadencia en occidente durante siglos. Para elevarse al espíritu había que rechazar los bienes materiales, había que castigar al cuerpo y reprimir sus pulsiones. Por esta vía se generaba un mundo espiritual alternativo, contrario al que nuestros sentidos veían. La misoginia, el rechazo de la vida, el alejamiento de la existencia cotidiana y la ausencia de compromiso “espiritualista” con los problemas sociales, fue la consecuencia de un tipo de práctica espiritual legitimadora de las injusticias y la explotación de unos seres por otros.
He recorrido el mundo y me he maravillado de las mil formas. He contemplado el cuerpo esbelto de la mujer africana, cuando llevando el fardo en la cabeza parece que realizara el elegante paseo de las pasarelas parisienses. He visto el cuerpo del niño deshacerse y caer victima de terribles infecciones. No puedo juzgar o controlar esta expresión de la realidad. Me sobrepasa. No puedo rechazarla o aceptarla a través de valores morales o esquemas mentales. Solo he podido incorporarme humildemente en el momento vivido, en la realidad expresada, en el mensaje que esta realidad conlleva y ser realidad y mensaje con ella.
Por ello, el espiritualismo, como la vida negadora de lo material, rechazadora de lo sensorial, y represora de los placeres y del disfrute de los bienes sensibles es el primer silenciamiento a realizar. Acoger lo existente es comprometerse radicalmente con las manifestaciones corporales, vivirlas y sentirlas. También comprometerse radicalmente con las manifestaciones naturales sin calificarlas, con los fenómenos y acontecimientos delante de nosotros, sin agarrarse a nada, despertando abiertos a cada acontecimiento. Esto exige la aceptación sin condiciones, al tiempo que el desapego sin condiciones.
El silenciamiento de la forma es la eliminación de barreras intelectuales e incluso religiosas en la existencia para aceptar plenamente la realidad que se expresa delante de nosotros, en conexión directa con los sucesos, como las puertas incontables de la verdad, que me busco atravesar. Hace falta un profundo silencio, en las teorías y los dogmas, para que esta conexión sin interpretaciones se de. Y esto es la practica concreta a la que he de dedicarme.
Pero habré de silenciar también otras dos tergiversaciones de la Forma: el materialismo y el hedonismo, como dogmas sociales antagónicos del espiritualismo al que me refería.
El materialismo parte de una interpretación negadora del mundo espiritual, reduciendo la evolución de lo existente a la lógica de la evolución de lo visible, cerrando el camino, no solo al fenómeno religioso, sino también a la evolución hacia el espíritu desde lo visible. Un mundo de lógica y de racionalismo que no acepta la realidad bifronte expresada por el Sutra del Corazón: “Forma no es sino Vacío, Vacío no es sino Forma” Un mundo que acepta el espíritu sin religión, sin dogmas, no significa un reduccionismo a la existencia aleatoria de la materia, sin la comprensión de lo existente en su misterio evolutivo. El materialismo no es sino la expresión dogmática de uno de los términos de la realidad. Es la eliminación del misterio y del designio en la evolución. El apego a la forma es el materialismo. Su búsqueda neurótica como fuente de placer y de satisfacción sensorial es el hedonismo.